Según la mitología griega, el dios silvestre “PAN”
nació muy feo.
Gustaba mucho de las ninfas, a las
que perseguía incansable para aprovecharse
de
ellas.
Era experto en tocar la flauta, hacer hechizos y
embaucar a todos.
Cierto día que estaba a punto de arrancar a su flauta
sus
selváticas melodías, se detuvo, de pronto,
fascinado. La cosa no era para
menos. Detrás de un
matorral, a pocos pasos de él, la hermosa ninfa Eco
entonaba una canción más dulce que los trinos de
los pájaros… Era la voz más
dulce que Pan había
escuchado en su vida. Atraído por la belleza de la
doncella
y por aquel canto divino, le propuso
matrimonio.
La ninfa quedó aterrada, y de un salto huyó
velozmente hasta
esconderse en una cueva. Desde
allí invocó a grandes gritos a Narciso, el
hermoso y
joven cazador a quien amaba locamente, esperando
que acudiera en su
ayuda. Pero la ninfa le invocó
inútilmente. El orgulloso y altanero Narciso
jamás
acudió. Y el amor y dolor consumieron a la pobre
ninfa, no quedando en la
cueva más que su voz.
Desde aquel triste día, Eco responde siempre a los
que
pasan y repite la última sílaba de sus palabras,
porque ya no tiene fuerza para
llamar a su adorado
Narciso.
León- 4 -4-2o20
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