EL SECRETO ESTA EN LA LLAVE

jueves, 31 de octubre de 2019

flores para un recuerddo

                                    

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         FLORES  PARA  UN  RECUERDO




No es que guste mucho ir a esos lugares tan llenos 

de nostalgia, quietud y gran silencio. Pienso, que 

una vez que han concluido su paso por la vida, se 

debe dejar que la imagen de esos seres queridos, 

queden en la retina  de nuestros ojos tal y como 

fueron en vida. Con sus defectos o virtudes, con su 

belleza o falta de ella. Para llorar su pérdida, nada 

mejor que la soledad de nuestros corazones. En la 

Bajo la lluvia.


El ir a los cementerios, no hace más que acrecentar 

el dolor y la impotencia de saber que están ahí, bajo 

una losa, deshaciéndose entre la tierra..., y no poder 

escuchar su voz.  No sentir el calor de su cuerpo, 

cuando el nuestro anhela su contacto.

Es desde luego, una experiencia frustrante para el 

ser humano el enfrentarse a ese nefasto capítulo  de 

nuestra vida.

Me alejé del lugar donde despedían a un conocido de 

la persona que acompañé hasta ese lugar.


La primavera comenzaba a mostrarse en todo su 

esplendor. En un cielo claro, el sol reinaba con toda 

su grandeza. Insultante, sin concesión alguna ante 

el lamentable hecho. Allí no existía el tiempo. Era 

una desconexión absoluta para no conturbar el 

pertinaz silencio.

Me entretuve mirando los grandes mausoleos. Eran 

petulantes, rebuscados, selectivos. Muchos de ellos, 

saturados de ingente vanidad. No podía sustraerme 

la prepotencia que rezumaban esas tumbas que, 

ineludiblemente, guardaban el despojo de un ser 

humano.


“Cuánta presunción  -musité- ¡Hasta en la 

muerte quieren ser distintos!  -me dije en 

un tono no exento de rabia


No soy quien para juzgar lo que hace otras 

personas, pero no pude por menos  deplorar la 

hiriente conducta humana ante el último acto de su 

vida.


Tuve que posponer para otra ocasión, el seguir 

mirando las grandes exhibiciones de poder que 

ostentaban algunos seres humanos en su última 

morada.

Pequeños grupos comenzaban a abandonar el 

recinto. A mí me gusta mucho hacer pequeños 

estudios sobre variados temas. Pensé que en aquel 

lugar tenía cantidad de datos.

Empezaría por  el que hoy me había llamado la 

atención. Luego, seguiría por los nombres curiosos y 

raros, de los que había un buen montón. Por último, 

las edades de los fallecidos, pero mi punto de mira 

sería el de la juventud.

Fiel a ese pensamiento acudí en días sucesivos. Era 

una buena forma de alejar ese desagrado que había 

en mí, hacía esos lugares. Y es curioso, con el 

tiempo llegó a ser para mí, el lugar más cálido, y en 

donde expresé mi gran amor, ante una tumba 

desconocida. Delante de ella, afloraría toda una 

esencia e intensidad de sentimientos.

Estuve tres días viendo los más dispares mausoleos, 

con sus altares, criptas y un largo etc. Las figuras 

que los adornaban, eran de diferentes estilos, así 

como sus formas. Pronto me cansé de ver tanta 

suntuosidad y pasé a la segunda fase: los nombres 

un poco fuera de lo normal. Quizá en su época 

sonaran bien, pero ahora no; pues cuando oímos 

alguno, no podemos por menos de sonreír o en su 

defecto, nos cause perplejidad el saber que una 

persona lleva ese nombre tan fuera de tiempo, en 

relación a los tan modernos y rebuscados de hoy día.


Claro, que para ese estudio, tuve que ir a las tumbas 

más viejas. Aunque en la parte moderna, pude 

constatar que también había alguno.

Lo que más llamó mi atención, fue la edad tan 

avanzada que ostentaban muchos de los fallecidos. 

En esos tiempos, no había los medios y técnicas que 

hoy en día se dan en cuestión de adelantos en 

medicina; pero creo que el llegar a esas edades tan 

longevas en esos años, se debía a la vida tan sana 

que muchos llevaban: la alimentación, los hábitos y 

puestos a ello, el no estar tan estresados por el 

ritmo tan cambiante de la vida.




Cuando empecé con el último estudio, mi persona ya 

era conocida por los que trabajaban allí. Había más 

tumbas de las que yo esperaba, guardando 

celosamente los cuerpos de los que habían 

comenzado a despertar a la vida, valga la expresión.

Aquí, los nombres eran ya más de mi época. 

Descarté los de catorce años para abajo. Tuve que 

emplearme a fondo. En muchas lápidas no ponía la 

edad, simplemente el año de nacimiento y el de 

defunción; y al final me llevé una calculadora, pues 

no soy un as de las matemáticas.



Llevaba toda una mañana y el cansancio hizo que 

me tomara un pequeño respiro. No lejos de donde 

estaba, había una tumba muy simple. Estaba sucia  

bastante abandonada. En la penumbra de un 

rincón, solitaria. Me acerqué despacio, atraída por 

una fuerza que irradiaba toda ella. Me acerqué 

mirando unas letras, que a pesar de la suciedad, 

destacaban por su sencillez:


“TODO TIENE SU MOMENTO, EL TUYO LLEGÓ

MUY PRONTO”


Lo leí una y otra vez. Necesitaba saturarme de esa 

frase tan escueta y a la vez misteriosa.

  -¿Quién la mandó cincelar en la losa? ¿A qué se 

refería, a su edad? ¿A un sentimiento cruelmente 

segado por la guadaña de una caprichosa dama? 

¿Quién la había amado? ¿Era tanta su aflicción, 

como para haberla manifestado en esa sincera frase?




Se había llamado Ana y a los veinte años terminó su 

vida. Me quedé pensando. Recordaba haber leído 

meses atrás, un libro de  Antonio Gala, en el cual se 

mencionaba también lo que había escrito sobre una 

lápida en un cementerio perdido de Turquía.

Tan claras frases no hacían más que reflejar la 

condición humana. Ya no busqué más tumbas. Salí 

de allí y el resto del día lo pasé en un estado de 

ausentismo total. Me dormí pensando en esa 

abandonada y solitaria tumba.

Volví un día y otro, pero ya no iba a verificar las 

muertes de los jóvenes, sino que me dirigía 

directamente a la tumba.

Había acercado una piedra y sobre ella descansaba, 

mientras las horas pasaban. Los primeros días las 

preguntas emanaban de mi interior sin ambages:
 
-¿Quién te había amado? ¿Llegaste a conocer el amor, a sentirlo?

Cada día que pasaba la idealizaba más en mi mente. 

Había quitado la suciedad que la cubría y todos los 

días unas flores eran depositadas junto a su nombre. 

No sé en que momento comencé a amarla.

Cerraba los ojos y la veía bella y delicada como una 

flor. Su ternura me embriagaba. Cuando volvía a la 

rutina diaria, todo era deprimente y solamente la 

grandeza del momento de estar  allí, junto a ella, 

mitigaba mi desolación.

A veces me encontraba muy locuaz y le contaba 

todos mis pensamientos. A ella le podía decir todo. 

Mis más profundos deseos. La imaginación se 

desbordaba y le confesaba, sin rubor alguno, todo lo 

que ansiaba. Otras veces, pasaba el tiempo en el 

más absoluto silencio. Cerraba los ojos y dejaba 

hablar a mi corazón.

El monólogo que entablaba con esa mujer, 

desbrozaba sin paliativo alguno, un corazón 

aprisionado  hasta entonces por recónditos deseos 

tan latentes, como impolutos.

Su imagen destilaba tanto amor, tanta ternura y 

tanta sensibilidad que, todo mi ser se estremecía. 

Sus manos parecían dos blancas palomas llenas de 

expresividad. Sus ojos, velados por temblorosos 

párpados, cerraban una mirada que evocaba su 

desconsuelo.

-Perdona que interrumpa, pero tengo que cerrar

lavoz llegaba lejana, llena de acritud.  No tardé ni 

unos segundos en reaccionar y miré al hombre que 

en actitud desafiante, me dirigía su mirada un tanto 

airosa.

Con un gesto de asentimiento hice ver que 

comprendía  y le vi alejarse.

La obcecación me había llevado a límites 

insospechados. A pesar de la buena temperatura que 

había, sentí frío-¿Qué hacía allí? ¿En qué momento

sentí esa veneración hacia una mujer desconocida?

Sin darme cuenta, había estado desvalorizando mi 

persona.


Fijé por última vez mis ojos en la tumba. La frase 

que tanto me había hecho pensar, ya no me decía 

nada.


Ana, la mujer que llevaba sepultada más de 

cuarenta años, había neutralizado por unos días mis 

pensamientos, deseos y vida. Había roto todos mis 

esquemas.

Recé una breve oración y le pedí perdón.










R.P.00/2008/318
León-16-2-1995
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