LÁGRIMAS PARA
UN RECUERDO
El día ponía
ribetes de luto al despuntar la
mañana que
estaba realmente triste. El cielo de
color gris plomizo presagiaba
lluvia. Ésta, no se
hizo de esperar y de forma cadenciosa al
principio, terminó
por ser más que borrascosa.
El otoño lentamente y de forma
subreptícia se
adueñaba de todo. Clima, paisaje y personas. La
creciente
oscuridad invadía las horas con un
desaliento tan abrumador que, apelaba sin
dilación
alguna a buscar la forma de no caer en sus negras
garras y sacar
provecho. “El que se aburre, es
porque quiere”, dice un dicho popular.
Será verdad
cuando lo dicen tan alegremente; aunque el
aburrimiento cuando se
instala es tan demoledor
que, sino sabemos atajarlo a tiempo con alguna
actividad que nos devuelva a la plena
conciencia,
“apaga y vamonos”, como se
diría vulgarmente.
Cuando llega la estación del
otoño, todo parece
enmudecer y más
cuando viene con esa decadencia
que se refleja todo en lo que nos rodea. Clima
y
paisaje se dan la mano para recorrer los mismos
caminos año tras año.
Algunos, la miran de refilón
porque a pesar de ser fuente inagotable para
muchos en expresar su talento, en cambio para el
resto hace que aflore la
tristeza. Los días se van
acortando y el sol cuando asoma, se escurre como
un flan gelatinoso, haciéndonos guiños de
complicidad.
El otoño, libera todos los
colores de su paleta en
gamas doradas y terrosas que, hacen la delicia de
los que nos gustan los hermosos paisajes otoñales y
también el pintarlos.
Noviembre a veces, nos pille
desprevenidos si el
tiempo ha sido
benevolente, ya que tratamos de
alargar ese verano que se fue y sólo nos queda
un
tostado-moreno que a duras penas tratamos de
conservar exponiéndolo a la vista aún sabiendo, sus
consecuencias puesto que los días ya no son tan
calurosos y un cuerpo tan
“acalorado”, es un “festín”
para los microbios que pululan a sus anchas dejando
los consabidos catarros y algún que otro dolor de
garganta; aunque días antes
ramos de flores y toda
clase de ornamentos fúnebres, nos recuerdan de
forma insistente a los que
se fueron queramos o no
y tratemos de hacernos los despistados.
A mí particularmente, esos días
tan luctuosos nunca
me han gustado. La vida es muy dura y a diario se
nos recuerda regalándonos sucesos inesperados que
nos llenan de tristeza. Cuántas veces quisiéramos
cerrar los ojos y el abrirlos
de nuevo, no toparnos
con la penosa
realidad que esa persona tan querida
sí
ha muerto.
Los que de verdad hemos querido a
los que un día
esa “señora” se cruzó en su camino que, aguarda
pacientemente
nuestra hora, no hace falta que el
mes de noviembre nos recuerde que es tiempo
de
llorar, de sentir el vacío que su marcha nos ha
dejado.
Esos seres, estuvieron presentes
en nuestra vida de
una u otra manera.
Les amamos, fuimos
inmensamente felices a su lado y es muy natural
que nos
cueste mucho trabajo él apartarlos de
nuestro pensamiento; pero como todo es
ley de
vida, es necesario aceptarlo puesto que fueron un
capítulo de nuestra
vida al que tendremos que pasar
hoja y asumir la realidad por muy cruda que
ésta
sea.
A igual que muchas personas, yo
no soy una
privilegiada. La muerte ha golpeado de forma brusca
mi vida. Me he
visto tan inmersa en mi dolor que,
solamente la fuerza interior que poseo ha
sido la que
me ha ayudado a no sucumbir, ante ese desaliento
tan hiriente.
*“La muerte es parte de
nuestras vidas. Tenemos
que sentarla a la mesa todos los días”
Por muy duro que nos resulte hay
que saberlo
encajar. No estamos solos. Cada segundo del día, se
vierten
cantidad de lágrimas por muertos que
estaban ahí, el lugar que el destino nos
tiene
reservado. Accidentes, atentados, catástrofes etc.
Amén, de las muertes
naturales.
Dejemos que los muertos descansen
en paz. Ellos,
pasaron por nuestra vida y muchos de ellos, nos
dejaron una
huella que solamente el paso del tiempo
pone una leve patina para que, nuestras
lágrimas
sean cariñosas y dulces cuando los recordemos y no
nos encontremos tan
solos.
*Frase del relato “Inquietudes de
mí interior” (L. Z.)
R.P. intelectual 00/2011/3021