EL SECRETO ESTA EN LA LLAVE

sábado, 10 de junio de 2017

¿DE DÓNDE ERES?

              


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        ¿DE   DÓNDE   ERES?


Hacía tiempo que le conocía al verle cada vez 

que iba allí. Desde el primer día que le vi me 

llamó  la atención su recogimiento, la forma que 

tenía de mostrar su fe y lo concentrado que 

estaba en los minutos  que permanecía en cada 

imagen que en él templo había. Porque no se 

limitaba a una sola ¡no! Tenía para todas unos 

minutos de su oración particular. Luego se iba y 

no volvía a verle hasta que me dejaba caer por 

allí.

Tardé casi un mes en volver a verle. Un viaje que no esperaba hizo que me ausentara de mi lugar de origen.
Miré el reloj cuando iba caminando al trabajo, cosa que hacía casi siempre que podía y comprobé que me daba tiempo a entrar en el bonito y acogedor templo que estaba en mi recorrido. Me gustaba mucho el ir allí ya que unos minutos en él, eran suficientes para encontrar la paz que me deparaba.

Estaba con los ojos cerrados, pero me percaté que alguien  se paraba a unos pasos de mí.  Abrí  ligeramente los ojos y vi como  un muchacho estaba encendiendo una pequeña vela delante de una imagen. Los abrí del todo ya que el chico me era muy familiar.
Iba a marcharme cuando él me tomó la delantera. Salí tras él y con toda naturalidad le dije:
_Hola. Hacía tiempo que no te veía.
Me miró y en un susurró me contestó:
_No la conozco. Creo que se ha confundido –contestó en voz baja  con la cabeza agachada.
_No me he confundido. Hace meses que te veo aquí.
_Nunca la había visto.
_No me extraña. Estás muy concentrado siempre –le miré y vi como se azoraba ligeramente. Disimuladamente miré el reloj viendo que me estaba atrasando. Marcho. Tengo prisa. Todos los días paso por aquí cuando voy al trabajo  y entro si no es muy tarde. Espero verte otro día, adiós.
No le di tiempo a contestarme, puesto que me di la vuelta y seguí mi camino.

Pasó un intervalo de tres días en los cuales no volví a verle.
Iba con el tiempo justo cuando de lejos le vi. Estaba en la puerta y miraba con atención la acera y la gente que pasaba. Cuando estuve a unos pasos de él, el rostro se le iluminó al verme.
_Hola, creí que hoy tampoco venía –sus palabras me dejaron por unos instantes muda. Le miré con atención y le contesté:
_He tenido que trabajar mucho y no he estado.
_¡Qué suerte! –contestó con firmeza.
_No te comprendo  ¿A qué te refieres?
_Que tienes mucho trabajo.
Su respuesta terminó de abrirme muchas preguntas que a mí misma me hacía sin tener respuesta.
_¿Tú no trabajas? –pregunté tontamente.
_No.
_¿De dónde eres?
_Soy peruano.
Ya no hice ademán de entrar en la iglesia, sino que le dije:
_Es muy tarde, el reloj no perdona. Adiós, hasta otro día.
Caminé todo lo deprisa que podía. No sé porque motivo, pero sentía vergüenza.


Durante varios días no fui a trabajar por donde 

siempre iba. Algo hacía que diera un rodeo, 


aunque tuviese que salir más pronto de casa.

-¿Por qué lo hacía? –me pregunté algo perpleja. En esos momentos no tenía respuesta. No, no quería dármela a mí misma. Intenté alejar esos pensamientos que tan puntuales volvían una y otra vez. Varias veces en el trabajo tuve que espabilarme cuando me vi envuelta en ellos.
_¿Qué me pasaba? A cuenta de qué   un problema que no era mío me traía tan inquieta.
Rápidamente analicé  lo que creí que podía ser. Descorazonada y triste volví a las tareas.

De regreso a casa volví a entrar con más detalle en lo que me había trastocado desde que salí y por no sentir bochorno si veía al muchacho, fui dando un rodeo al trabajo.
Tenía que admitir que había obrado mal. Seguro que él me esperaba –me dije-
Me lo imagino todo contento por el hecho de que le hablé sin que él me conociera. Es lo que menos esperaba, que alguien le hablara y ahora… ¡soy una falsa! Le di la espalda cuando él creyó que por lo menos, tenía algo, una amistad. Le fallé. No tengo perdón de Dios. Un emigrante que abandonó su patria y tal vez a personas queridas, buscando trabajo que allí no había y se había embarcado para la tarea más ingrata que encontró al llegar: el paro ¿Cuánto tiempo hacía que estaba aquí? ¿Cuántos desengaños había tenido?¿Cuánto había rezado y cuántas velas encendido?
Sí, porque eso es lo que hacía cada vez que iba al templo. Pedía un trabajo, un día y otro. No perdía la esperanza. Su fe debía ser muy grande.

Me fui a la cama  y antes de cerrar los ojos, me hice el firme propósito de no volver a obrar como lo había hecho hoy.
Iría más pronto al trabajo y así podría estar unos minutos con él. Le brindaría  mi apoyo, le daría la amistad que tanto necesitaba y le ayudaría a buscar trabajo.

Confortada con estos pensamientos que daban un 

giro impensable por la mañana cuando me 

levanté, di la vuelta y busqué un sueño 

tranquilizador.







R.P. intelectual 00/2011/ 30211
León  2 Enero 2009




1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonito artículo y muy sensible, es muy real, pues estas cosas están ahí



Pili