
¿DE DÓNDE
ERES?
Hacía
tiempo que le conocía al verle cada vez
que iba allí. Desde el primer día que
le vi me
llamó la atención su
recogimiento, la forma que
tenía de mostrar su fe y lo concentrado que
estaba en los minutos que permanecía en cada
imagen que en él
templo había. Porque no se
limitaba a una sola ¡no! Tenía para todas unos
minutos de su oración particular. Luego se iba y
no volvía a verle hasta que me
dejaba caer por
allí.
Tardé
casi un mes en volver a verle. Un viaje que no esperaba hizo que me ausentara
de mi lugar de origen.
Miré
el reloj cuando iba caminando al trabajo, cosa que hacía casi siempre que podía
y comprobé que me daba tiempo a entrar en el bonito y acogedor templo que
estaba en mi recorrido. Me gustaba mucho el ir allí ya que unos minutos en él,
eran suficientes para encontrar la paz que me deparaba.
Estaba
con los ojos cerrados, pero me percaté que alguien se paraba a unos pasos de mí. Abrí
ligeramente los ojos y vi como un
muchacho estaba encendiendo una pequeña vela delante de una imagen. Los abrí
del todo ya que el chico me era muy familiar.
Iba a marcharme cuando él me tomó la
delantera. Salí tras él y con toda naturalidad le dije:
_Hola.
Hacía tiempo que no te veía.
Me
miró y en un susurró me contestó:
_No
la conozco. Creo que se ha confundido –contestó en voz baja con la cabeza agachada.
_No
me he confundido. Hace meses que te veo aquí.
_Nunca
la había visto.
_No
me extraña. Estás muy concentrado siempre –le miré y vi como se azoraba ligeramente.
Disimuladamente miré el reloj viendo que me estaba atrasando. Marcho. Tengo
prisa. Todos los días paso por aquí cuando voy al trabajo y entro si no es muy tarde. Espero verte otro
día, adiós.
No
le di tiempo a contestarme, puesto que me di la vuelta y seguí mi camino.
Pasó
un intervalo de tres días en los cuales no volví a verle.
Iba
con el tiempo justo cuando de lejos le vi. Estaba en la puerta y miraba con
atención la acera y la gente que pasaba.
Cuando estuve a unos pasos de él, el rostro se le iluminó al verme.
_Hola,
creí que hoy tampoco venía –sus palabras me dejaron por unos instantes muda. Le
miré con atención y le contesté:
_He
tenido que trabajar mucho y no he estado.
_¡Qué
suerte! –contestó con firmeza.
_No
te comprendo ¿A qué te refieres?
_Que
tienes mucho trabajo.
Su
respuesta terminó de abrirme muchas preguntas que a mí misma me hacía sin tener
respuesta.
_¿Tú
no trabajas? –pregunté tontamente.
_No.
_¿De
dónde eres?
_Soy
peruano.
Ya
no hice ademán de entrar en la iglesia, sino que le dije:
_Es
muy tarde, el reloj no perdona. Adiós, hasta otro día.
Caminé
todo lo deprisa que podía. No sé porque motivo, pero sentía vergüenza.
Durante
varios días no fui a trabajar por donde
siempre iba. Algo hacía que diera un
rodeo,
aunque tuviese que salir más pronto de casa.
-¿Por qué lo hacía?
–me pregunté algo perpleja. En esos momentos no tenía respuesta. No, no quería
dármela a mí misma. Intenté alejar esos pensamientos que tan puntuales volvían
una y otra vez. Varias veces en el trabajo tuve que espabilarme cuando me vi
envuelta en ellos.
_¿Qué me pasaba? A cuenta de qué un problema que no era mío me traía tan
inquieta.
Rápidamente
analicé lo que creí que podía ser.
Descorazonada y triste volví a las tareas.
De
regreso a casa volví a entrar con más detalle en lo que me había trastocado
desde que salí y por no sentir bochorno si veía al muchacho, fui dando un rodeo
al trabajo.
Tenía que admitir que había obrado mal.
Seguro que él me esperaba –me dije-
Me lo imagino todo contento por el hecho
de que le hablé sin que él me conociera. Es lo que menos esperaba, que alguien le hablara y ahora… ¡soy una
falsa! Le di la espalda cuando él creyó que por lo menos, tenía algo, una
amistad. Le fallé. No tengo perdón de Dios. Un emigrante que abandonó su patria
y tal vez a personas queridas, buscando trabajo que allí no había y se había
embarcado para la tarea más ingrata que encontró al llegar: el paro ¿Cuánto
tiempo hacía que estaba aquí? ¿Cuántos desengaños había tenido?¿Cuánto había
rezado y cuántas velas encendido?
Sí, porque eso es lo que hacía cada vez
que iba al templo. Pedía un trabajo, un día y otro. No perdía la esperanza. Su
fe debía ser muy grande.
Me
fui a la cama y antes de cerrar los
ojos, me hice el firme propósito de no volver a obrar como lo había hecho hoy.
Iría
más pronto al trabajo y así podría estar unos minutos con él. Le brindaría mi apoyo, le daría la amistad que tanto
necesitaba y le ayudaría a buscar trabajo.
Confortada
con estos pensamientos que daban un
giro impensable por la mañana cuando me
levanté, di la vuelta y busqué un sueño
tranquilizador.
R.P.
intelectual 00/2011/ 30211
León 2 Enero 2009