EL SECRETO ESTA EN LA LLAVE

domingo, 16 de octubre de 2016



      A G U A   M U Y   F R E S C A


     
Los años pueden pasar, pero los recuerdos no y más si éstos son tan maravillosos como los que en mi mente se agolpaban queriendo salir todos a la vez, cuando en una muestra de cerámica, mis ojos fueron a parar insistentemente en un puesto en el cual, los botijos sobresalían de entre diversos objetos bellamente trabajados.
Todos se aunaban en un espacio reservado para ellos. Formas, tamaños y colores, competían con un solitario botijo que fue el culpable de que la puerta, abrió ¡qué sé yo! Se abriera y emergiera a la luz todo cuánto en mi más profundo interior, guardaba desde que era una chavala.
Me acerqué y con manos temblorosas lo cogí y algo en mi interior se rompió. Sentí mis lágrimas ardientes bajar por un avejentado rostro. Mientras pasaba una mano temblorosa, acariciando su redondez una y otra vez.
Las tinieblas se disiparon y la luz lo inundó todo dejando salir unas vivencias largamente retenidas en lo más profundo de mi ser.

De entrada diré, que éramos una familia grande, unida y capaz de generosos sacrificios; aunque por aquellos años esas cosas eran nimiedades y jamás nos paramos a pensar lo injusto que era tal o cual cosa.
Aceptábamos con total alegría lo que hoy tal vez, nos costaría un poco de trabajo y no, porque nuestros principios hallan cambiado, sino más bien, porque todo se transforma.
Pasábamos limpiamente de banalidades porque bien pensado, el egoísmo y falta de sentimientos, gobiernan nuestra vida a cada instante, cosas que no debíamos de dar nunca salida.
Nuestra casa era muy pequeña, pero había tanto amor en ella que jamás echamos en falta más espacio, más intimidad o mejor calidad de vida. Nada de esas tres cosas se nos antojaban como necesarias para ser felices.

Los artífices de ésa sintonía tan plena y agradable, eran una pareja de lo más corrientes y normales que existían en la tierra: nuestros padres.
Ellos ajenos a todo lo que pudiera conturbar nuestra apacible vida, trataban de darnos lo mejor que a su entender era, él criarnos sanos y con unos buenos principios, para ser en un futuro mejor que ellos en todas las facetas.

Fueron tiempos muy duros para todos. Nadie podía decir, que él estaba a salvo por cualquier razón. No. Una guerra absurda y equívoca, dio al traste con infinidad de sueños y vidas, que coqueteaban bajo la atenta mirada de una luna, que se escondía traviesa entre las oscuras nubes, quizá para que nadie viese las miserias y horrores que la maldad humana creaba, en exhibiciones de brutal salvajismo e inhumana crueldad.
La abuela vivía sola desde que una tarde fría y lluviosa, el abuelo la dejó dueña de lo poco que había en el desvencijado piso que compartían desde el día que unieron sus vidas. Cerró los ojos y optó por no quejarse más de los numerosos achaques que padecía.

A partir de una semana más o menos de quedarse viuda, sus visitas se hicieron diarias a nuestra casa. Llegaba justo cuando nos disponíamos a comer. Se pensó, que su soledad le empujaba hacía sus seres queridos y esa idea nos llenó de compasión. Le hacíamos un hueco en la mesa y repartíamos otro plato más de comida.

Pronto descubrimos la gran facilidad que tenía para contarnos todo lo que su memoria guardaba de años pasados. Era fabulosa la gran retentiva que tenía de historias y sucesos  acaecidos en sus años de juventud.
Mientras hablaba, no paraba de hacer punto y sus obras se traducían en jerséis y calcetines para el frío invierno que año tras año nos visitaba.
Nos sentábamos cerca de ella y mientras que sus agujas tricotan van con vertiginosa rapidez, oíamos con verdadera devoción lo que nos contaba.
A veces, mi madre la reñía por poner tanto énfasis en sus historias, ya que nos decía con todo lujo de detalles, cosas referidas a la guerra y sus consecuencias.

Sé, que no lo hacía con mala intención, ni se regodeaba con ello, pues todos en mayor o menor medida, éramos víctimas de sus nefastos estragos. Era una historia verdadera y al  
contarnos sus detalles tan ínfimos, yo creo que era, 
para prevenirnos de las consecuencias tan terribles.

Al llegar la primavera sus visitas vinieron acompañadas de un hermoso botijo rojo brillante y rebosante de agua fresca. La traía de una fuente que le quedaba de paso de su
casa a la nuestra. Durante mucho tiempo, fue la bebida más preciada por las bocas sedientas que de él bebían ¡Qué buena estaba! Repetíamos cada vez que lo usábamos.
Pronto aprendimos a beber por el pitorro los pequeños y la competición era todo un espectáculo ¿Quién duraba más bebiendo? ¿Quién lo alejaba de la boca más? Ni que decir tiene, los atascos, toses y agua derramada sobre la ropa, enfadaban a mi madre, pero ahí estaba la abuela para poner paz y aquí no ha pasado nada.

Más de una vez, su estancia se prolongaba y hacía noche, es decir, se quedaba a dormir. Ignoro la causa, ya que éramos pequeños ¿Qué pasaba entonces? Cama redonda. Donde antes entraban dos, ahora tenían que ser tres. Era nuestra abuela y además, la encargada de traer en su flamante botijo el agua que diariamente consumíamos.

La abuela murió y fue, como si el botijo también lo hiciera. Ya no disfrutamos más de él. Quedó olvidado en un rincón oscuro, vació sin esa agua fresca que antaño tanto nos había deleitado. Estaba tan muerto como lo estaba ella.
Estaba llorando. Lágrimas de tristeza bajaban sin que las detuviera. Necesitaba hacerlo.
Eran recuerdos tan vivos y el dolor tan fuerte que, nunca pensé que  llegara a  afectarme tanto  como cuando murió.  Un niño no alcanza a entender, qué es la muerte, ni sabe relacionarla con la desaparición de una persona querida. Cree lo que le dicen: “Se fue lejos. Al cielo y allí te espera” ¡Bendita inocencia! Ahora, mi corazón sabía bien lo que era una pérdida.
__Señora, ¿lo quiere comprar?
Abrí los ojos que mantenía cerrados  y miré a una jovencita que, esperaba mi respuesta con gesto de impaciencia. Sin contestarla lo dejé donde estaba y di la vuelta.
Cerraba un capítulo de mi vida que hoy, había entrado con fuerza en una agarrotada mente. Era, como un pequeño relato de una niñez muy lejana.










R.P.intelectual 00/2011/3021
León 12  Febrero 2001


9 comentarios:

Anónimo dijo...

Un relato precioso, lleno de ternura


Carol

Anónimo dijo...

Preciosa historia Lua, me encanta, una bonita historia con mucho sentimiento que toca el corazón


Angelina

Anónimo dijo...

Me ha encantado, la abuelita que todos deseamos tener


Patricia

Anónimo dijo...

El relato me ha dejado unos instantes callada, pensando en lo bonito y real que era



Maura

Anónimo dijo...

Cuando estaba leyendo este maravilloso artículo, no pude por menos de dejar escapar unas
lágrimas de emoción


Tere

Anónimo dijo...

Tu hermoso relato me ha llenado mucho y te doy las gracias por todo


Raquel

Anónimo dijo...

Una historia muy bonita.

jav.

Anónimo dijo...

Tienes una forma maravillosa que contar las cosas, me agrada mucho



José





Anónimo dijo...

Maravilloso me toco el corazón



Ligia