EL SECRETO ESTA EN LA LLAVE

jueves, 1 de octubre de 2015

LA ÚLTIMA GUERRA


                  

                LA  ÚLTIMA  GUERRA



¿Te acuerdas cuando jugábamos a las guerras? Yo 

siempre era el perdedor. No sé cómo te las 

arreglabas, pero siempre terminaba siendo tu 

prisionero o muriendo bajo tu implacable artillería.

¿Sabes? Creo que a veces eras muy duro y salvaje 

conmigo: te saltabas las reglas del juego y hacías 

trampa. En el tirachinas por ejemplo, no siempre 

ponías tacos de papel, sino más bien, pequeñas 

piedras, y cuando acertabas a darme, si era en las 

piernas o en los brazos, el moretón que me salía 

tardaba varios días en irse. Menos mal que eras 

prudente y no me dabas en la cabeza.


¡Qué veranos más inolvidables! En nosotros no 

existía el aburrimiento. Las vacaciones eran el 

mejor regalo que nos podían hacer y si éstas se completaban en el pueblo de tus abuelos, ¿qué más podíamos pedir?

Recuerdo aquel año que no pude ir a causa de mi 

pierna rota. Creo que fue el verano más aburrido y 

nefasto que nunca he tenido. Todo me cansaba. 

Llegué a odiar incluso los libros. Sí, así como te lo 

digo. Ya sé que es difícil creer esto, pero con todo 

lo que a mí me gusta leer, eran un fastidio 
tremendo. No podía concentrarme en ellos. Mi mente estaba allí, lejos de esas páginas que me ofrecían una evasión diferente. Yo necesitaba aventuras reales. Daba rienda suelta a mi imaginación y soñaba que estaba en la colina. 
Miraba a través de mis prismáticos, y a pesar de que tú me querías engañar con tus viejas artimañas, yo siempre te cazaba. Claro, que la voz de mi madre me sacaba de mis fantasías.

Fue un verano muy fastidioso. Para todos, pues 

ahora  pienso que por mi culpa, ellos tampoco 

pudieron disfrutar de él. Somos unos egoístas tan 

grandes, que sólo vemos nuestro mal, nuestro dolor 

y consideramos que los padres tienen el deber de 

afrontar todo sin quejarse.

La excusa de que eres un niño y aún no puedes 

razonar, había que desterrarla y hacer  un nuevo 

contenido, ¿verdad? ¿Recuerdas a Rosi? No he 
conocido a una chavala más trasta e indómita que ella. No le asustaba nada. Mira que nos dio la lata, hasta  que la dejamos entrar en nuestros juegos. Al principio aceptó ser la enfermera, pero poco a poco impuso sus reglas y se salió con la suya.

Ella lo que quería era participar en las batallas. 

Tengo que admitir lo buena que era en ideas y 

puntería, aunque a mí por entonces me fastidiase 


bastante. A pesar de todo, cuando dejó de ir por el 

pueblo, estábamos perdidos, dos tontos sin saber 

por dónde empezar y cómo terminar. Era una gran 

amiga y mejor compañera de juegos que nunca 

tuvimos. No supimos qué fue de ella ni a dónde 

marchó. Hace unos años la ví en una ciudad a la que me había desplazado a recoger un premio. La reconocí enseguida, porque sus facciones no habían cambiado apenas. Seguía con ese aire aniñado, pero con un cuerpo de mujer ¡Y qué cuerpo! Verlo para creerlo... No la saludé, pues me dejó tan impactado, que sólo pude mirarla y pensar que, esa hermosa mujer era  la desgarbada mocosa  que tantas veces me había dejado fuera de combate.


¿Sabes? Tengo un compañero de lo más incrédulo 

que pueda existir. Para él, eso de que estamos 

predestinados desde que nacemos para que nos 

pase toda clase de cosas, tanto buenas como malas, 

es una pura falacia.

Y ya ves, mi destino era ser escritor. Siempre me 

gustaron los libros y mis estudios fueron 

encaminados hacia las letras. Una cátedra en la 

universidad y al fin, he llegado a ser un famoso 

escritor. No le convence mi vida, ni cómo está transcurriendo. Dice, que hago lo que quiero simplemente porque me gusta y, que no le busque tres pies al gato.

Confieso, que ha llegado a convencerme en alguna 

ocasión; pero ahora más que nunca, estoy 

plenamente seguro de que no lleva razón. Verás, a 

ti siempre te gustó mucho jugar a las guerras. Eras 

un perfecto estratega: Siempre me decías, que de 

mayor querías ser militar. Soñabas con ser general 

tener un batallón a quien dirigir. Un uniforme
lleno de medallas y condecoraciones... en fin, todas esas cosas que llevan los más valientes y audaces.
Te admiraba. En ti veía a todo un jefazo, ¡qué sé 

yo! Pero tu sabías que yo era muy distinto a ti. 

Nunca me gustó la violencia y que jugara contigo a 

guerras de pequeño, no significaba que a mí 

también me gustara ser militar. Simplemente eran 

juegos. Nos divertíamos, pero nada más.

Tus sueños se hicieron realidad. Conseguiste llegar a la cima. Ganaste medallas y tenías bajo tus órdenes a todo un batallón de hombres militarizados. Eras importante y tu fama cubría todos los medios de comunicación.

A pesar de ser tan distintos los dos y que nuestras 

vidas tomaron rumbos muy diferentes, nuestra 

amistad no murió, cosa que siempre he valorado 

mucho.
Últimamente, las noticias que de ti tenía, era que estabas en algún lejano país intentando poner paz. No lo conseguiste. No te dio tiempo a poner en práctica tus grandes dotes de estratega. Alguien, más listo que tú, con una visión llena de odio, puso fin a tus ideales.

Las lágrimas salieron libres. Brotaban y bajaban por 

unas mejillas hasta perderse en una barba canosa. 

Había quedado solo, ante una tumba llena de 

coronas y ramos de flores.

Durante el sepelio, había permanecido alejado, 

viendo como su amigo era enterrado con honores 

militares. Las salvas de fusil, sólo habían despertado a una pareja de aves, que dormitaban entre las ramas de un árbol.

La bandera que cubría el ataúd, fue retirada con 

parsimonia y entregada al familiar más directo, su 

padre.

Cuando todos se fueron, él se había acercado. 

Necesitaba estar a solas con el que había sido su 

mejor amigo. Hablar con él, recordar y llorar...

Antes de irse, alargó su mano y depositó sobre la 

fría losa un viejo tirachinas. Lentamente dio la 

vuelta y despacio, con la mirada perdida, se alejó 

de allí. Esta vez, no había sido una horquilla con un 

mango provista de una goma, sino una bala 

disparada por una sofisticada arma  la que había 

impactado en su cuerpo dejándolo muerto de verdad.

Para él, había sido su última guerra. Una guerra 

real, llena de odios, rencores y venganzas. No una 

guerra de chiquillos con tacos de papel o pequeñas 

piedras despedidas por un tirachinas.








R.P. 00/2008/1315

León 16- 4- 1996

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Que artículo más bonito me ha llegado mucho

Carol

Anónimo dijo...

me gustó la forma de relatar una pequeña historia

Pablo P.

Anónimo dijo...

Los recuerdos de cuando somos jóvenes no se olvidan y menos estos

Alicia

Anónimo dijo...

Las guerras no debían existir ni simulándolas
"Haz el amor y NO a la guerra"

Angelina

Anónimo dijo...


Es difícil sustraerse de ese tema, pero aunque no queramos es lo que diariamente vemos

Elena

Anónimo dijo...

Tu artículo me gusta mucho, pero si de verdad fueran las guerras como esas?


Carol

Anónimo dijo...

Es un escrito muy bonito, se ve cómo eran los niños de antes

Diego

Anónimo dijo...

Las guerras es algo que no puedo soportar las odio


Pedro

Anónimo dijo...

Muy bien redactado y lleno de días de niñez


Maura

Anónimo dijo...

Una historia muy binita
jav

Anónimo dijo...

Cuando uno es niño los juegos nos brindan una escapatoria de la realidad, mejor es así pienso yo

Daniel

Anónimo dijo...

Un artículo muy bueno, juegos de niños y por último la realidad muy dura


Carmen