LA
ÚLTIMA GUERRA
¿Te acuerdas cuando jugábamos
a las guerras? Yo
siempre era el perdedor. No sé cómo te las
arreglabas, pero
siempre terminaba siendo tu
prisionero o muriendo bajo tu implacable
artillería.
¿Sabes?
Creo que a veces eras muy duro y salvaje
conmigo: te saltabas las reglas del
juego y hacías
trampa. En el tirachinas por ejemplo, no siempre
ponías tacos
de papel, sino más bien, pequeñas
piedras, y cuando acertabas a darme, si era
en las
piernas o en los brazos, el moretón que me salía
tardaba varios días en
irse. Menos mal que eras
prudente y no me dabas en la cabeza.
¡Qué
veranos más inolvidables! En nosotros no
existía el aburrimiento. Las
vacaciones eran el
mejor regalo que nos podían hacer y si éstas se completaban
en el pueblo de tus abuelos, ¿qué más podíamos pedir?
Recuerdo
aquel año que no pude ir a causa de mi
pierna rota. Creo que fue el verano más
aburrido y
nefasto que nunca he tenido. Todo me cansaba.
Llegué a odiar incluso
los libros. Sí, así como te lo
digo. Ya sé que es difícil creer esto, pero con
todo
lo que a mí me gusta leer, eran un fastidio
tremendo. No podía
concentrarme en ellos. Mi mente estaba allí, lejos de esas páginas que me
ofrecían una evasión diferente. Yo necesitaba aventuras reales. Daba rienda
suelta a mi imaginación y soñaba que estaba en la colina.
Miraba a través de
mis prismáticos, y a pesar de que tú me querías engañar con tus viejas
artimañas, yo siempre te cazaba. Claro, que la voz de mi madre me sacaba de mis
fantasías.
Fue un
verano muy fastidioso. Para todos, pues
ahora
pienso que por mi culpa, ellos tampoco
pudieron disfrutar de él. Somos
unos egoístas tan
grandes, que sólo vemos nuestro mal, nuestro dolor
y
consideramos que los padres tienen el deber de
afrontar todo sin quejarse.
La
excusa de que eres un niño y aún no puedes
razonar, había que desterrarla y
hacer un nuevo
contenido, ¿verdad? ¿Recuerdas
a Rosi? No he
conocido a una chavala más trasta e indómita que ella. No le
asustaba nada. Mira que nos dio la lata, hasta
que la dejamos entrar en nuestros juegos. Al principio aceptó ser la
enfermera, pero poco a poco impuso sus reglas y se salió con la suya.
Ella
lo que quería era participar en las batallas.
Tengo que admitir lo buena que
era en ideas y
puntería, aunque a mí por entonces me fastidiase
bastante. A
pesar de todo, cuando dejó de ir por el
pueblo, estábamos perdidos, dos tontos
sin saber
por dónde empezar y cómo terminar. Era una gran
amiga y mejor
compañera de juegos que nunca
tuvimos. No supimos qué fue de ella ni a dónde
marchó. Hace
unos años la ví en una ciudad a la que me había desplazado a recoger un premio.
La reconocí enseguida, porque sus facciones no habían cambiado apenas. Seguía
con ese aire aniñado, pero con un cuerpo de mujer ¡Y qué cuerpo! Verlo para
creerlo... No la saludé, pues me dejó tan impactado, que sólo pude mirarla y
pensar que, esa hermosa mujer era la
desgarbada mocosa que tantas veces me
había dejado fuera de combate.
¿Sabes?
Tengo un compañero de lo más incrédulo
que pueda existir. Para él, eso de que
estamos
predestinados desde que nacemos para que nos
pase toda clase de cosas,
tanto buenas como malas,
es una pura falacia.
Y ya
ves, mi destino era ser escritor. Siempre me
gustaron los libros y mis estudios
fueron
encaminados hacia las letras. Una cátedra en la
universidad y al fin, he
llegado a ser un famoso
escritor. No le
convence mi vida, ni cómo está transcurriendo. Dice, que hago lo que quiero
simplemente porque me gusta y, que no le busque tres pies al gato.
Confieso,
que ha llegado a convencerme en alguna
ocasión; pero ahora más que nunca, estoy
plenamente seguro de que no lleva razón. Verás, a
ti siempre te gustó mucho
jugar a las guerras. Eras
un perfecto estratega: Siempre me decías, que de
mayor querías ser militar. Soñabas con ser general
y tener un batallón a quien
dirigir. Un uniforme
lleno de medallas y condecoraciones... en fin, todas esas cosas que llevan los más valientes y audaces.
Te
admiraba. En ti veía a todo un jefazo, ¡qué sé
yo! Pero tu sabías que yo era
muy distinto a ti.
Nunca me gustó la violencia y que jugara contigo a
guerras
de pequeño, no significaba que a mí
también me gustara ser militar. Simplemente
eran
juegos. Nos divertíamos, pero nada más.
Tus
sueños se hicieron realidad. Conseguiste llegar a la cima. Ganaste medallas y
tenías bajo tus órdenes a todo un batallón de hombres militarizados. Eras
importante y tu fama cubría todos los medios de comunicación.
A
pesar de ser tan distintos los dos y que nuestras
vidas tomaron rumbos muy
diferentes, nuestra
amistad no murió, cosa que siempre he valorado
mucho.
Últimamente,
las noticias que de ti tenía, era que estabas en algún lejano país intentando
poner paz. No lo conseguiste. No te dio tiempo a poner en práctica tus grandes
dotes de estratega. Alguien, más listo que tú, con una visión llena de odio,
puso fin a tus ideales.
Las
lágrimas salieron libres. Brotaban y bajaban por
unas mejillas hasta perderse
en una barba canosa.
Había quedado solo, ante una tumba llena de
coronas y
ramos de flores.
Durante
el sepelio, había permanecido alejado,
viendo como su amigo era enterrado con
honores
militares. Las
salvas de fusil, sólo habían despertado a una pareja de aves, que dormitaban
entre las ramas de un árbol.
La
bandera que cubría el ataúd, fue retirada con
parsimonia y entregada al
familiar más directo, su
padre.
Cuando
todos se fueron, él se había acercado.
Necesitaba estar a solas con el que
había sido su
mejor amigo. Hablar con él, recordar y llorar...
Antes
de irse, alargó su mano y depositó sobre la
fría losa un viejo tirachinas.
Lentamente dio la
vuelta y despacio, con la mirada perdida, se alejó
de allí. Esta
vez, no había sido una horquilla con un
mango provista de una goma, sino una bala
disparada por una sofisticada arma la
que había
impactado en su cuerpo dejándolo muerto de verdad.
Para
él, había sido su última guerra. Una guerra
real, llena de odios, rencores y
venganzas. No una
guerra de chiquillos con tacos de papel o pequeñas
piedras
despedidas por un tirachinas.
R.P.
00/2008/1315
León
16- 4- 1996