-¿Qué te han hecho hijo mío?
-¿Porqué has sufrido tanto?
-¿Qué les hiciste para ese padecimiento tan cruel?
sus brazos. Era un cuerpo muerto.
Despacio con dulzura, posó la mano en esa corona
que estaba incrustaba en la cabeza. Le habían
nombrado Rey de los Judíos, despacio se la quitó.
Unas gotas de sangre resbalaron por su frente. Sus
ojos estaban cerrados, ya no verían la luz ni el sol.
María le besó con ternura, lloraba mientras tomaba
su mano entre las suyas tocando el agujero cuando
fue taladrado sin piedad.
La herida tan profunda que le hizo el soldado
lanzando su lanza a un corazón que había dejado
de latir y que nunca podría seguir viviendo, dejaba
salir esa sangre había coagulado en su recorrido.
El vocerío y las risotadas de todos los que habían
estado allí, no entraban en los oídos de una madre
que seguía mirando el cuerpo inerte de su amado
hijo.
Sus ojos se pararon en unas rodillas que dejaban ver
el hueso. Estaban destrozadas por unas caídas
durísimas sobre un suelo de piedras y tierra,
llevando al hombro una cruz que sería clavado para
morir lentamente.
Pasó la mano con delicadeza por la herida, mirando
la otra con tristeza, mientras sus lágrimas bajaban
por sus mejillas.
No tenía consuelo, nadie podría dárselo, su amado
hijo reposaba muerto en su brazo.
La gente que había acudido al suplicio de un hombre
que solo hablaba del perdón, de ser justos contra la
injusticia, amar a los que nos ofenden, le habían
dado muerte de la forma más cobarde, cruel y vil.
Todos le iban abandonando, el suplicio había
terminado, la diversión ya no existía.
Cabizbajos abandonaban el lugar dejando en brazos
de una madre llorosa, un hombre torturado hasta el
último suspiro.
Un reducido grupo de amigos de Jesús, apartados
del lugar donde
tristeza y dolor, como su hijo yacía muerto entre sus
brazos.
No se atrevían a
romper ese dolor que les hacía
llorar, mientras veían como acariciaba su rostro.
llorar, mientras veían como acariciaba su rostro.
Solo quedaba María es esa soledad que lentamente
sobrecogía, al ser testigo de la muerte de su hijo.
Lentamente se fueron acercando y con suavidad,
levantaron el inerte cuerpo y, despacio se
encaminaron al lugar para darle sepultura.
María quedó mirando como se llevaban a su amado
hijo. Lentamente bajó sus ojos y vio que su manto
estaba con grandes manchas de sangre.
¡Oh, hijo! Qué tortura has padecido. Tu espalda
quedó martirizada con los latigazos que recibiste.
pedregoso. Delante su hijo muerto es llevado por
sus compañeros.
León-22-1-2018
Revista El
Desenclavo
Semana Santa