ELÍ, ELÍ
LEMÁ SABACTAMÍ
Jesús, en un esfuerzo desgarrador, se queja con amargura:
“ELÍ, ELÍ LEMÁ SABACTAMÍ”.
Es su cuarta palabra, quizá la más humana. La pronuncia en
Arameo, su lengua, y en ella deja sentir toda su soledad.
Una soledad patética, llena de angustia. Esta solo y sabe que la
oscuridad, pronto le llegará.
Pide
ayuda, porque como humano que es, su dolor es inmenso. Se
siente abandonado, pero aún le quedan fuerzas en su agonía para
preguntar en un grito profundo:
siente abandonado, pero aún le quedan fuerzas en su agonía para
preguntar en un grito profundo:
“DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS
ABANDONADO?
Él, su hijo amado, extenuado por el suplicio al que había sido
sometido, lanza un lastimero por qué. El sacrificio es tan
excesivo, que por un momento llama a su Padre creyéndose
abandonado, cuando en realidad, éste nunca le abandonó, sino
que como hombre que era, tenía que llegar hasta el final según
el designio. Aceptar el dolor y no mostrar debilidad ni duda
alguna.
sometido, lanza un lastimero por qué. El sacrificio es tan
excesivo, que por un momento llama a su Padre creyéndose
abandonado, cuando en realidad, éste nunca le abandonó, sino
que como hombre que era, tenía que llegar hasta el final según
el designio. Aceptar el dolor y no mostrar debilidad ni duda
alguna.
Juan reclinado en la cama, observaba minuciosamente cada
detalle de la aséptica habitación donde estaba recluido. No
sabía cuánto tiempo llevaba allí. “Tal vez un mes o quizá
más” -pensó- “¡Qué más da! Ahora es cuestión de días o de horas”
se dijo sobriamente- y, una vez más, comenzó a contar los
cuadros que había en el falso techo. Cuando se cansaba,
trataba de empezar de nuevo, pero esta vez desde otra
esquina.
detalle de la aséptica habitación donde estaba recluido. No
sabía cuánto tiempo llevaba allí. “Tal vez un mes o quizá
más” -pensó- “¡Qué más da! Ahora es cuestión de días o de horas”
se dijo sobriamente- y, una vez más, comenzó a contar los
cuadros que había en el falso techo. Cuando se cansaba,
trataba de empezar de nuevo, pero esta vez desde otra
esquina.
Necesitaba tener su mente
ocupada, aunque fuese en
banalidades. Sabía, que si rehusaba a seguir con ese
pasatiempo, volvería a él la desolación, el miedo y la
indefinible soledad.
Apartó sus ojos del techo y dejó que su mirada triste atravesara los
cristales del gran ventanal. La vista era gratificante como un
hermoso cuadro campestre. El sol, radiante, iluminaba hasta el
último rincón enalteciendo aún más la naturaleza.
Juan permaneció inmutable ante la belleza que ante sí tenía. Su
final estaba cerca. Lo intuía. Todos le habían abandonado a su
suerte. Era difícil de encajar, pero en el fondo él comprendía que
su conducta había sido errónea. Disipó su vida sin escrúpulo
alguno, y ahora, su disoluto proceder le estaba pasando factura.
Lágrimas de amargura bajaron por un rostro demacrado, casi
cadavérico.
Necesitaba hablar, encontrar en su corazón un vestigio que le
devolviese esa fe que aún latía en lo más profundo de su ser.
Nada. Se encontraba vacío.
devolviese esa fe que aún latía en lo más profundo de su ser.
Nada. Se encontraba vacío.
La luz se hizo opaca y el tiempo pareció detenerse. Un leve
estremecimiento recorrió su cuerpo. Sabía que iba a morirse y su
conciencia dormida, imploró temerosa que le diese fuerzas para
aceptar su destino.
La soledad le impone y ése miedo cerval a la muerte que le
avisa con intermitentes dolores de agonía, le aterró tanto, que
de su garganta salió una pregunta llena de amargura:
“DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO
R.P. 00/2008/1316
León,
14 Enero 1998