EL SECRETO ESTA EN LA LLAVE

miércoles, 1 de julio de 2015

UNA MALETA VIAJERA

                UNA   MALETA VIAJERA


La estuve mirando largo rato. Sentí una pena terrible dejarla sola, abandonada, pero no tenía otro remedio. Mi decisión estaba tomada. La desolación era grande cuando mis ojos se posaban en ella viéndola tan desvalida,  endeble  y achacosa.

En esa  larga y bochornosa  noche todos los 

adjetivos buenos y malos, se mezclaban en mi 

mente a empujones y más de una vez, sin 

miramiento alguno.

-“Era injusta ¿Con quién? ¿Con ella o con lo que 

hacía?”

Los remordimientos comenzaron a golpearme. Sin 

oponer resistencia alguna, dejé que los maravillosos

momentos en los que,  había sido mi más fiel

 compañera salieran a flote pletóricos de emoción.

El día que mi abuela me la regaló, hice el firme

 propósito  de que siempre estaría conmigo. A partir 

de... ¿cuándo? Ya ni me acordaba, comenzó mi 

aventura con ella a mi lado.

Fascinación era lo que sentía al viajar, conocer 

lugares y países que destilaran esa esencia de los 

que genuinamente son únicos. Impregnarme de su 

historia y admirar  todos sus encantos. Meterme en la piel  de sus moradores y sentir en cada momento sus latidos y sus vivencias.

Mi pasión por los viajes databa de unos cuántos

 años atrás; aunque comencé a sumergirme en ellos 

muy niña. La culpable de este entusiasmo  fue mi 

abuela. Sentía verdadera adoración por ella cuando 

sobre sus rodillas, le oía contar el viaje que había

realizado; pues además de darle un matiz especial 

sus relatos, su voz me cautivaba como si 

estuviera contando un maravilloso cuento sólo, que 

lo que me decía era real y ella,  su  principal 

protagonista. Era una mujer con una cultura muy extensa.

 Toda  su persona  hechizaba. Muy activa y de 

 carácter fuerte, daba una gran seguridad el estar a 

su lado. Sabía lo que deseaba y lo expresaba 

claramente. Su franqueza  era apabullante. Su 

sonrisa y la gran sinceridad que emanaba, 

prevalecían ampliamente. A su lado, afronté los 

viajes más hermosos que nunca soñé.

Los años pasaron y con ellos mi niñez. Era feliz, por fin iba a realizar mi gran sueño: viajar. Mi abuela cumplía su promesa.

Sus maletas eran grandes, toscas, pero llenas de 


encanto. Diversas etiquetas de los más variopintos 

lugares en los que había estado, se repartían hasta 

borrar su color pardusco, dándolas un halo único a 

su gran personalidad.


Me gustaban y  sentía mucha felicidad el ser parte de ellas, pues mi abuela hizo un hueco en una para poner mi pequeño equipaje.

Unos días antes del noveno viaje, los llevaba 

apuntados al dedillo, me hizo un regalo: una 

maleta. 

La emoción fue tan grande, que invadió todo mi ser 

y  lloré. Abrazó mi delgado  cuerpo  y dejó que mi 

llanto se fuera apagando. Limpió mis últimas 

lágrimas, acarició mi rostro, besó mis llorosos ojos y 

dijo dulcemente:

-“Gracias cariño por demostrar  tu felicidad por tan 

poca cosa. Eres muy emotiva y das mucha 

importancia a las pequeñas cosas. Ten mucho 

cuidado. No quisiera que sufrieras, el mundo es 

muy cruel.”

A partir de ese día, la maleta se integró en mi vida más de lo que yo pudiera haber imaginado. Durante el tiempo que estaba inactiva en los periodos de clase,  seguía utilizándola y  guardaba en ella todo lo  que  yo llamaba “asuntos íntimos”  Cartas, fotos, poemas etc. Era el lugar indicado, pues al tener llave,  mi hermano nunca podría saber de mis secretos.

No sé por qué razón,  mi abuela me quería mucho y lo demostraba sin recato alguno. De pequeña fui su muñeca preferida. Luego, el juguete soñado pues en mí, daba rienda suelta a sus fantasías en todas sus facetas.  Me peinaba  y  me llevaba  a exposiciones y conciertos sabiendo , que jamás le defraudaría con un amago de aburrimiento  pues  el ir, me hacía sentir importante.
 Cuando empecé a florecer como las flores de primavera, su gozo se hizo más patente. Era su confidente y tenía claras aptitudes  para seguir su gran pasión: los viajes. Ya lo había demostrado varías veces al oír  sus relatos sobre los lugares visitados y  al decirle, que algún día, no tendría que contarme nada, pues  de los muchos viajes que realicé con ella el que hicimos a la India marcaron mi vida.

Íbamos a conocer  un pueblecito  encantador al menos, eso decía el libro de viajes que siempre nos acompañaba.

El viejo y destartalado autobús, iban hasta los topes de gente. Hablaban, gesticulaban y reían con gran felicidad, pese a ser grandes sus carencias. Cuando llegamos, la pobreza y falta de recursos que sin pudor exhibían, hizo que apenas reparara en la belleza del lugar.

Los niños se acercaban sonriendo con gran dulzura y naturalidad, esperando nuestra generosidad. Nos miraban con sus grandes y negros ojos y sin querer, necesitabas darles algo más que unas monedas.

Supe entonces, que en este mundo tan grande y pequeño a la vez, convivían seres de muy distintas culturas, costumbres, historia, lengua y estatus social; pero en el  fondo, todos con las mismas necesidades. Nosotros, hijos de la abundancia y el progreso, apenas reparamos en esos seres desheredados, es más, tratamos de evitarlos. Nuestra pasividad es vergonzosa.

Mi abuela que había pasado por cosas peores, me ayudó mucho. Hoy es el día, que no logro borrar de mi mente las imágenes de pobreza que vi y la gran entereza en asumir su suerte.  Vivían y para ellos, era  suficiente. Tomaban la vida tal y como les venía. Admiré sinceramente su gran coraje.

En los viajes posteriores que hice a otros países, en 

los que la pobreza también  era un componente 

más, pude arrostrar algo mejor las imágenes, pero 

no por eso, mi corazón dejó de sufrir ante el 

infortunio de todos esos seres, que nunca dejarían 

de ser nuestros hermanos.


 Cuando mi abuela murió,  experimenté tal abandono y soledad,  que tardé unos años  en volver a retomar lo que ella me pidió en sus últimos momentos: que nunca abandonara,   que siguiera viajando.

Se lo prometí, pero no lo hice. Estaba huérfana,  

vacía. Nada despertaba mi interés. El correo estaba 

lleno de ofertas que las agencias de viaje me 

enviaban, como reclamo y excelente consumidora 

que era. No me interesaban. Me centré más en el 

trabajo.

Los días grises y penosos, fueron dando paso a otros


que enunciaban, cómo un capítulo de mi vida se 

cerraba para dar paso de nuevo al que dejé atrás. 

Era, como si hubiese pasado  una grave 

enfermedad y recuperadas mis fuerzas,  retomara 

con ánimo una grata  tarea para mí.

Era hora de cumplir con una promesa hecha a una 

moribunda y que la había ido postergando año  tras año.

Saqué la maleta olvidada en el trastero, pues a raíz 

de la muerte de mi abuela, algo hizo que la 

rechazara y no deseaba verla, por lo que su destino 

fue la habitación donde todo lo inútil iba a parar.

Con gran cariño  la estuve limpiando y rememorando los maravillosos viajes que  como una amiga callada, obediente y sumisa  hizo a mi lado.

Mis manos acariciaban cada etiqueta con mimo, 

recordando la entrañable figura de mi querida abuela.

La quise mucho y ése amor perduraba todavía. Mi 

vida se había enriquecido considerablemente, pues gracias a ella,  conocía países y una variedad de gente que habitaba en ellos,  me enseñó a reflexionar sobre las grandes tropelías que sufren.

Hice muy pocos viajes con ella. Los años no perdonaban nada. Ya no era la jovencita de antaño, la maleta   pesaba mucho y, estaba pidiendo un clamoroso retiro. Estaba muy vieja ya.  Había perdido ese encanto y la prestancia de sus primeros años. Soportó el bullicio de las estaciones. Los apretones y vaivenes de los bajos de cantidad de autobuses.  Su majestuoso  pasar por la cinta de equipajes de los aeropuertos, más de una vez   había causado  admiración por el colorido de sus etiquetas.

Tenía que renovarla por otra más ligera  y con todos esos progresos de modernidad;   material  más resistente, ruedas, cerradura sin llave...etc.

Era consciente de que una parte de mi vida quedaba allí. Nunca  me había abandonado, ni en los momentos más difíciles y sin embargo, yo le decía adiós para siempre.

Mi maleta viajera quedaba sola, esperando su último viaje:  el camión de la basura.









r.p. 00/2008/1319
León, 21 Setiembre 2000



6 comentarios:

Anónimo dijo...

Es un artículo muy relajante y bonito, gracias

Angelina

Ligia M. Houben dijo...

Que lindo relato! Me emociono conocer sobre tu relacion con tu abuelita....que bella! Gracias por compartir!

Anónimo dijo...

Precioso, con un pequeño matiz, yo no hubiera tirado la maleta a la basura por muy ajada que estuviera, el valor sentimental está por encima de todo

Angelina

Anónimo dijo...


Un relato muy hermoso, lleno de amor a la persona que siempre estuvo a su lado, gracias

Carola

Anónimo dijo...

Es precioso el relato, así tenían que ser todas las abuelas!

Maura

Anónimo dijo...

Un artículo muy edificante, las dos mujeres distintas, pero muy dignas

Luigi