C O N T R A S
T E
La zona en la cual vive mi madre, hay jardines
con flores de indudable belleza, extensas franjas
de césped y grandes árboles. En la margen derecha
el río discurre placidamente ajeno al tráfico que
pasa por encima del
puente.
Cuando voy a
verla, camino despacio por una
amplia acera entre dos jardines mirando toda la
hermosura que la primavera nos trae cada nuevo
año. En unos de ellos había dos
personas. No pude
por menos que fijarme en ella. De estatura más
bien alta,
rasgos normales y de constitución recia,
llevaba una carretilla llena de
hojarasca y hierba
seca. Su ánimo era
decisivo al caminar con pasos
largos y seguros. La ropa de trabajo que su
cuerpo
lucia no era nada femenina. Un mono azul holgado y
sucio de tierra seca.
Llegaba al
montón donde se apilaban todos los
deshechos que meticulosamente recogía y con
gran
soltura, vaciaba la carretilla. Luego, volvía a buscar
lo que antes había
dejado no lejos de allí. Su tarea
no era nada agobiante, ni aburrida puesto que
de
vez en cuando, hacía un alto en su camino para
charlar con un hombre que
también trabajaba en su
zona, podando las ramas bajas de un gran árbol.
Eran
unos minutos relajantes para ambos. No sé
que hablaban pero se les veían muy
animados y
ponían gran atención tanto una, como él otro.
Hasta que llegaba
donde vive mi madre, podía
observar a
mis anchas, las andanzas de la
trabajadora. Secretamente admiraba el derroche
de
fuerza que poseía. Cuando regresaba a mi casa, los
trabajos habían cesado.
Todo estaba limpio y fresco.
Ese mismo día
por la
tarde, venía de ver una
exposición de pintura y
en mi retina aún
persistían los cuadros pintados con gran maestría.
Entre las
personas que venían de frente una de
ellas destacó ¡Era preciosa! Su rostro enmarcado
en un
pañuelo blanco, largo en las puntas y muy
fino, estaba sujeto bajo su barbilla.
Esto hacía que
le diera un halo de misterio.
La mujer con
paso decidido y mirando al frente, no
se daba por aludida en las constantes
miradas que
le dirigían las personas con las que se cruzaba.
Su belleza
fresca y juvenil, destacaba más al estar
su rostro prisionero en el blanco
pañuelo y ser de
raza negra; aunque su piel era de un tostado
oscuro.
-“¿Qué
diferencia había entre una y otra? –me iba
diciendo al pensar en la otra vista por la mañana.
Las dos
eran mujeres y sin embargo entre una y
otra, había esa línea o espacio que los
seres
humanos hemos puesto entre colores y culturas.
¿Por qué?,
nos preguntamos sin saber a ciencia
cierta la respuesta o simplemente no la
queremos
contestar.Esta última
mujer sin duda alguna, tenía
unas cualidades innatas. Ser guapa, lucir una
esbelta figura que, calladamente será la envidia de
muchas féminas, pero estaba
sujeta a unas leyes
que le inflingía el
simple hecho de pertenecer a
otras culturas
y que a muchas de nosotras, nos
cuesta trabajo admitir y repudiar,
cuando nos
preguntamos ¿por qué tiene
que ser la mujer la que
lleve esa ley? (que seguramente fue ideada por
algún
hombre de época muy remota)
Los tiempos y
costumbres están cambiando
afortunadamente y el camino tan largo y tortuoso
que
muchísimas de ellas aún tienen que recorrer
para sentir su liberación, es causa
de torturas y
muerte para las que lo desafían.
Se han criado
y viven en culturas liberales y las
costumbres de sus lejanos parientes están
en “baúl
de los recuerdos”. No se identifican con ella, aunque
siempre habrá
una minoría que las siga.
La otra una trabajadora quizá no tan fina, ni
guapa, era libre y no le importaba lo más mínimo
su aspecto. Lo único que contaba para
ella, era
tener un trabajo y saber que al final de mes, su
trabajo sería
recompensado.
En la vida
hay mucho contraste. Gran parte de ellos
nos pasan desapercibidos, por el ritmo
tan
apresurado que nos hemos marcado.
Nos cuesta
trabajo salir de las pautas que nosotros mismos nos
hemos señalado
y, cuando nos topamos con algo
que siempre ha estado ahí, nos sentimos o bien
pasmados, o nos sonrojamos de nuestro
desconocimiento un tanto perezoso
R.P.intelectual
00/2008/1318
León 10 Junio
2003