EL SECRETO ESTA EN LA LLAVE

sábado, 13 de junio de 2015

CONTRASTE






C O N T R A S T E

La zona en la cual vive mi madre, hay jardines 

con flores de indudable belleza, extensas franjas  

de césped y grandes árboles. En la margen derecha

el río discurre placidamente ajeno al tráfico que 

pasa por encima del puente.

Cuando voy a verla, camino despacio por una 

amplia acera entre dos jardines mirando toda la 

hermosura que la primavera nos trae cada nuevo 

año. En unos de ellos había dos personas. No pude 

por menos que fijarme en ella. De estatura más 

bien alta, rasgos normales y de constitución recia, 

llevaba una carretilla llena de hojarasca y hierba 

seca. Su ánimo era decisivo al caminar con pasos 

largos y seguros. La ropa de trabajo que su cuerpo 

lucia no era nada femenina. Un mono azul holgado y 
sucio de tierra seca.

Llegaba al montón donde se apilaban todos los 

deshechos que meticulosamente recogía y con gran 

soltura, vaciaba la carretilla. Luego, volvía a buscar 

lo que antes había dejado no lejos de allí. Su tarea 

no era nada agobiante, ni aburrida puesto que de 

vez en cuando, hacía un alto en su camino para 

charlar con un hombre que también trabajaba en su 

zona, podando las ramas bajas de un gran árbol. 

Eran unos minutos relajantes para ambos. No sé 

que hablaban pero se les veían muy animados y 

ponían gran atención tanto una, como él otro.

Hasta que llegaba donde  vive mi madre, podía 

observar a mis anchas, las andanzas de la 

trabajadora. Secretamente admiraba el derroche de 

fuerza que poseía. Cuando regresaba a mi casa, los 

trabajos habían cesado. Todo estaba limpio y fresco.

Ese mismo día por la 

tarde, venía de ver una 

exposición de pintura y 

en mi retina aún persistían los cuadros pintados con gran maestría.

Entre las personas que venían de frente una de 

ellas destacó  ¡Era preciosa! Su rostro enmarcado 

en un pañuelo blanco, largo en las puntas y muy 

fino, estaba sujeto bajo su barbilla. Esto hacía que 

le diera un halo de misterio.


La mujer con paso decidido y mirando al frente, no 

se daba por aludida en las constantes miradas que 

le dirigían las personas con las que se cruzaba.

Su belleza fresca y juvenil, destacaba más al estar 

su rostro prisionero en el blanco pañuelo y ser de 

raza negra; aunque su piel era de un tostado 

oscuro.

-“¿Qué diferencia había entre una y otra? –me iba 

diciendo al pensar en la otra vista por la mañana. 

Las dos eran mujeres y sin embargo entre una y 

otra, había esa línea o espacio que los seres 

humanos hemos puesto entre colores y culturas.


¿Por qué?, nos preguntamos sin saber a ciencia 

cierta la respuesta o simplemente no la queremos 

contestar.Esta última mujer sin duda alguna, tenía 

unas cualidades innatas. Ser guapa, lucir una 

esbelta figura que, calladamente será la envidia de 

muchas féminas, pero estaba sujeta a unas leyes 

que  le inflingía el simple hecho de pertenecer a 

otras culturas  y que a muchas de nosotras, nos 

cuesta trabajo admitir y repudiar, cuando  nos 

preguntamos ¿por qué tiene que ser la mujer la que 

lleve esa ley? (que seguramente fue ideada por 

algún hombre de época muy remota)

Los tiempos y costumbres están cambiando 

afortunadamente y el camino tan largo y tortuoso 

que muchísimas de ellas aún tienen que recorrer 

para sentir su liberación, es causa de torturas y 

muerte para las que lo desafían.

Se han criado y viven en culturas liberales y las 

costumbres de sus lejanos parientes están en “baúl 

de los recuerdos”. No se identifican con ella, aunque 

siempre habrá una minoría que las siga.

La otra  una trabajadora quizá no tan fina, ni 

guapa, era libre y no le importaba lo más mínimo 

su aspecto. Lo único que contaba para ella, era 

tener un trabajo y saber que al final de mes, su 

trabajo sería recompensado.


En la vida hay mucho contraste. Gran parte de ellos 

nos pasan desapercibidos, por el ritmo tan 

apresurado   que nos hemos marcado. Nos cuesta 

trabajo salir de las pautas que nosotros mismos nos 

hemos señalado y, cuando nos topamos con algo 

que siempre ha estado ahí, nos sentimos o bien 

pasmados, o nos sonrojamos de nuestro 

desconocimiento un tanto perezoso 









R.P.intelectual 00/2008/1318
León 10 Junio 2003




sábado, 6 de junio de 2015

KEUKENHOF -EL JARDÍN MÁS BELLO

                               






                           KEUKENHOF

                  “EL JARDÍN MÁS BELLO”



Coincidiendo con el comienzo de la primavera, 

Keukenhof, muy cerca  de Amsterdam, despliega 

sus encantos florales. Multitud de colores, formas y

olores se extienden sobre una superficie de 32 

hectáreas y con más de siete millones de flores 

como protagonistas especialmente tulipanes en 

todas sus variedades (se calcula que hay más de 

5.000 diferentes), pero también narcisos, jacintos y 

otras flores de bulbo en un paisaje fascinante, en el 

que se intercalan árboles centenarios, lagos, 

arbustos, plantas perennes y grandes extensiones 

de césped.


No faltan en la composición artística las estatuas, 

fuentes, terrazas, escaleras, puentes, invernaderos 

y, como no podía ser de otro modo, un tradicional 

molino holandés, que sirve para mostrar cómo se 

elaboraba la harina. El jardín más bello del mundo 

ofrece, además de fantásticas exhibiciones de 

flores, el mayo jardín de esculturas de los Países 

Bajos. Conocidos como los jardines de Europa, son 

inconfundibles por sus brillantes colores y la 


variedad de flores y paisajes, con más de 15 

kilómetros de senderos por lo que pasear 

contemplando los conjuntos florales.


León, Junio, 2015

lunes, 1 de junio de 2015

LA ENVIDIA QUE NOS REVIENTA




LA ENVIDIA  QUE  NOS  REVIENTA


No pude por menos que soltar una carcajada. El 

motivo de mi acto tan espontáneo se debía a un 

párrafo que estaba leyendo. Decía:  “...Dos viajeros 

descubren a lo lejos una extraña figura y exclama 

uno de ellos: ”Allí veo la envidia”. _”A España 

hemos llegado –responde el otro.” El libro es de 

Carlos Fisas y hace mención a lo escrito por Baltasar 

Gracián en el “Criticón”.


La fama que nos hemos ganado, no es para menos. 

La envidia que tenemos nos revienta cada minuto de  
nuestra existencia.

Nos molesta que nuestra capacidad de trabajo no 

sea valorada con todos los parabienes que

merecemos y sin embargo, sí hagan con otro del 

que jamás  hemos oído hablar.


Nos fastidia que Fulano ocupe un puesto que, a 

nuestro entender, no se merece. 

Opinamos que no está cualificado y el cargo estaría 

mejor en manos de Mengano, aunque  en nuestro 

interior, bien sepamos, que es más digno el primero 

que el segundo. Pero como siempre, la maldita 

envidia nos nubla la razón.


La envidia, en toda su extensión, ha sido y es, 

motivo de distintas batallas en el seno del género 

humano. Unos tenemos hacía ella más inclinación 

que otros, y basamos cada acto de nuestra vida, en 

deshacer la felicidad de nuestros semejantes, 

simplemente porque nuestro ofuscado seso gris, no 

ha sido cultivado con las semillas adecuadas, es 

decir, las de la  sinceridad.


La envidia, dicen, es más de mujer que de hombre. 

En tal caso yo bogo un poco por nosotras, ya que 

como mujer que soy, creo que nuestra  envidia es 

más leve, y se circunscribe más que nada a cosas 

tan banales que, a mí particularmente, me causan 

risa: la moda, la figura y un sin fin de 

insignificancias, que sirven de parolero entre las

féminas durante nuestros ratos de ocio.


En los hombres, al no haber trapos ni centímetros 

de más, su envidia va por  cauces mucho más 

profundos. Los negocios y el trabajo, suelen suscitar 

en lo más recóndito de ellos ese virus, que la 

mayoría de las veces no saben destruir, y les 

estalla  de forma incontrolada en palabras o hechos 

que derivan de una palabra: la envidia.


Pero, aún así, de ninguna manera quiero que se 

piense, que nosotras seamos unas santas y que 

carguemos la culpa a los hombres. Como en botica: 

hay de todo.

La envidia es un mal endémico, llames mole así, 

que siempre ha existido y que lejos de erradicarlo, 

cada día lo alimentamos más y más.


Basta cualquier cosa, para que nuestro ego 

envidioso explote y hagamos toda una exhibición en 

ese menester tan ruin.

¿Por qué no admitimos que somos unos envidiosos 

de tomo y lomo? Si así fuera, cuántas energías nos 

ahorraríamos.









R.P.00/2008/1318
León, 27 Febrero 1998