EL SECRETO ESTA EN LA LLAVE

lunes, 21 de mayo de 2018

Los Desheredados


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         “L  O  S     D E S H E R E D A D O S 

 

 

Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados”



Cuando era pequeña oía decir a mi abuela, cuando había una catástrofe, terremotos, ciclones, lluvias torrenciales, sequías o bien, epidemias, enfermedades extrañas o accidentes múltiples, que toda esa gente que lo sufría, eran los desheredados de la tierra.
Yo, con mi corta inteligencia, no alcanzaba a saber el significado de tal palabra. A mí me sonaba a dinero, personas ricas y  herencias. No podía entender las angustias de la gente que padecía tales miserias teniendo tanto dinero.

Recuerdo que, me acercaba donde la voluminosa figura de mi abuela reposaba en una vieja mecedora, y con cierto temor le preguntaba:
-“Abuela, ¿por qué siempre dices que esa gente son los desheredados? –la última palabra me costaba trabajo pronunciarla bien y se me trababa bastante.
_”Anda chiquilla, vete a jugar. Cuando seas mayor, ya lo sabrás ¿Qué mocosa ésta! Siempre queriendo saber. Ya se me escapó un punto.
Mientras escapaba de las iras de mi abuela, no dejaba de oír su retahíla. Por tal motivo, el temor era grande cada vez que le preguntaba algo que le sacaba de su mundo tranquilo y sin problemas.
En su mecedora, con su labor de calceta y su inseparable transistor, pasaba el tiempo con sus comentarios críticos y un tanto ácidos, sobre toda esa gente que no hacía nada por aliviar las calamidades de la vida.

Pasaron los años y poco a poco, empecé a entender la palabra con la que mi abuela designaba el sufrimiento humano “los desheredados”.
El día que me atreví a preguntarle lo que quería decir dicha palabra, aprendí dos cosas de una sola vez. La primera, lo equivocada que yo estaba al creerles ricos y lo mucho que me impresionó el saber, lo privados que estaban de los dones de otras personas.



Y la segunda, que mi abuela censuraba a unos y a otros por su falta de humanidad y sin embargo, ella era una mujer desprovista de comprensión al decirme:
-“Pequeña, tú por ahora no careces de lo más esencial. Tienes un techo para cobijarte. Una cama para descansar y un plato de comida todos los días. Da gracias a Dios. Lo que acontece a otras personas, no es asunto nuestro. Yo tengo la conciencia muy tranquila. Anda, vete a jugar y no me distraigas más. Ésta labor me trae de cabeza”.
Así, con toda la tranquilidad del mundo, zanjó algo que en años sucesivos, me llenaría de amargura.

Mi abuela era una cristiana nata. Todos los días iba a misa y comulgaba ¿A eso lo llamaba tener la conciencia tranquila? ¿Rezar un Padrenuestro diario, era suficiente para los miles de afligidos que esperaban algo más que una oración? ¿Por qué era tan contumaz con los demás, si ella era peor?
Cuando murió, yo ya entendía en toda su extensión la expresión “los desheredados”.

Las imágenes que casi a diario veía en los medios de comunicación, oprimían mi corazón con tal intensidad, que mis lágrimas acompañaban en su fluir a las de cientos y cientos de seres que, angustiados por la miseria, esperaban un consuelo que colmara su cruel destino.
Yo no podía estar ajena a toda esa tristeza. Necesitaba llevar la esperanza a esas personas. Quería tener entre mis brazos a ésos despojos humano, acariciarles y transmitirles todo mi amor.

Sufría interiormente cada vez que el destino les golpeaba ¿Era posible enmudecer ante tantas calamidades? ¿Dónde estaba la caridad? ¿Existía la piedad? ¿Se tenía conciencia del sufrimiento humano? ¿Por qué llenamos los sentidos con noticias tan desesperantes si luego, no hacemos nada?
Eran preguntas que martilleaban sin cesar mi mente. Mi impotencia crecía cuando la cámara enfocaba la mirada quieta, callada y vacía de  un niño. No sabían reír. No sabían lo que era jugar. Nunca crecerían. Jamás llegarían a ser adultos. Tampoco conocerían la felicidad. Ellos sí que carecían de lo más esencial.

No podría comulgar con las palabras de años atrás me había dicho mi abuela. Me daba cuenta perfectamente, que su actitud ante tanto abatimiento, desesperación y miseria humana, había sido cínica y egoísta al designarlos como los desheredados de la Tierra, sin haber intentado jamás hacer algo por ellos.
Su vida, había transcurrido feliz entre el amor de los suyos y la tranquilidad de una vejez placentera. Los problemas de los demás, no entraban en su holgada existencia.

Nunca me lo dijo claramente, pero ahora sé, que en los comentarios ásperos que hacía de las desdichas y calamidades que muchos seres sufrían, eran como un castigo divino. Pero ella, tenía la conciencia tranquila. No podía quitarme de la cabeza esa frase tan insolente.

Hoy, después de tantos años, quiero y necesito pensar que la estrechez de miras de mi abuela, ya que no era muy culta, la hizo ser tan punzante con la gente que no paliaba las desgracias humanas, creyendo simplemente, que ella, estaba libre de ayudarles por la sencilla razón de ser una buena cristiana y rezar por ellos todos los días.
No es que la quiera exculpar, pero creo que a su manera, les aliviaba el sufrimiento.
Yo, me siento más comprometida con el dolor humano y trato de darles algo más que una oración.



 

           




             R.P.intelectual 00/2008/1318
            León, Noviembre  1993   
                    



miércoles, 2 de mayo de 2018

EL TERCER MUNDO


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              EL  TERCER  MUNDO




De vez en cuando, suelo escuchar por la radio un 

programa en el que hablan sobre el Tercer Mundo ¿A 

qué se refiere concretamente? Estoy segura que si 

hiciéramos una encuesta preguntando qué es el 

Tercer Mundo, recibiríamos las más variopintas 

contestaciones, además de las consabidas, “nos 

sabe/ no contesta”, por no decir la de: “esos temas 

no me interesan”


La verdad, es que hablar de ese mundo que en 

realidad nos hemos inventado para definir a 

personas, cosas o hechos que,  por una causa u otra 

están ahí, pero lejos de nosotros, es desvalorizar la 

raza humana.

¿Cuál es la razón que nos ha impulsado a darles ese 

apelativo? ¿Existe un primer y un segundo mundo? Y 

si es así, ¿por qué hemos consentido que se origine 

un tercero?

La razón es muy simple: nos creemos una raza 

dominante, con derecho a pisotear sin vacilación 

alguna a los que no tienen el privilegio de ni tan 

siquiera, estar viviendo en ese Tercer Mundo al cual 

les hemos relegado.


Para nosotros, son seres de tercera categoría porque 

carecen hasta de lo más esencial: la dignidad 

humana. Pero, ¿quién se la ha quitado? Nosotros 

con nuestra pasividad ante el sufrimiento y sus 

carencias.

Nuestro desamor es tan desproporcionado, que nos 

debería llevar a recapacitar ante estos hechos tan 

llenos de deshumanización. El mundo se ha creado, 

no para el disfrute de unos pocos, sino para todos 

los seres que en él lo habitan. Y no es ningún 

disparate, ni ninguna necedad... Así lo veríamos,  

sino fuéramos tan egoístas y sí mucho más 

coherentes.


Cuando venimos a este valle de dolor y lágrimas, no 

sabemos en qué medida y en qué lugar se ha de 

desarrollar nuestra vida. Unos, tenemos más 

privilegios que otros, no cabe duda; pero nuestro 

desmedido afán por mejorar en todos los aspectos, 

nos hace olvidar esa otra gente que nunca tendrá 

nada y que nosotros, los favorecidos, bautizamos 

con el denigrante nombre de Tercer Mundo.


Esta vileza es vergonzante para hombres y mujeres 

que han alcanzado cotas espectaculares en todos los 

campos de la ciencia y de la investigación y sin 

embargo, aún sigue habiendo densas zonas del 

planeta en las que habitan hombres, mujeres y 

niños para los que sobrevivir cada día, es una dura 

batalla.


¿Qué hay en el trasfondo de esta actitud nuestra? 

¿Quién maneja los hilos de esa descarada 

pantomima? ¿A quién beneficia ese mundo oprimido?


Son preguntas que yo y miles de personas más, no 

sabemos o no queremos responder. Esta inercia tan 


deshumanizante con seres que sufren es más que un 

oprobio.

Votemos por la unidad de los mundos sin distinción 

alguna, porque hasta ahora, que yo sepa, sólo hay 

uno: redondo, azul, verde y al que llamamos Tierra.










R.P. intelectual 00/2008/1318

León 12 Junio 1987