L A C R E A C I Ó N
Una noche cenando, mi hijo me pidió un
vaso de agua. Después de beberla me dijo:
__Mamá, yo nunca he bebido agua del mar
porque está muy salada ¿Por qué Dios, hizo salada esa agua?
Algo distraída le dije, que al principio Dios, había hecho
toda el agua sin sal, como la de los ríos. Mi hijo con una sonrisa divertida me contestó:
__No es verdad, mamá. Dios hizo el agua
del mar salado, para distinguirla del río, sino es así, explícame ¿cómo es tan
distinta la una de la otra?
Fue entonces, cuando me dejé llevar por
mis fantasías e imaginación y le
contesté:
__Cuando Dios hizo el mundo, ya sabes que
al tercer día creó el mar y las plantas. No olvides que lo sacó de la nada,
debido a su gran poder divino, pues como te iba diciendo, de la manga de su
túnica sacó el mar. Era un agua cristalina, pura y deliciosa al paladar.
Maravillado de su gran poder, no pudo por menos de girar sobre sí mismo en un
arrebato de alegría y tuvo la mala suerte, de que su gran manto se
enganchara en el gran salero, que tenía muy cerca de él, para sacarlo en su
preciso momento.
__¿Cuándo mamá? –me interrumpió.
__Pues, cuando el mundo lo necesitara –le
contesté un tanto regocijada. Bueno, como te iba diciendo, el gran salero se le
enganchó y sin que lo pudiera evitar, toda la sal cayó al agua.
__Pero si cayó sobre toda el agua, ¿cómo
la de los ríos no es salada?
__Pues... mira –empecé titubeando. Al
caer la sal como era tantísimo, se
desbordaron los mares y la que salió, tuvo la suerte de no quedar salada y por
lo tanto, se marchó por otros derroteros, naciendo así los ríos.
Mi corta historia terminó con una sonrisa
un tanto incrédula de mi hijo. Al llevarle a la cama, me volvió a preguntar:
__¿Por qué hizo la noche? A mí no me
gusta irme a la cama. Yo quisiera, que siempre fuera de día.
Con una gran paciencia, me senté al borde
de su lecho y cogiéndole la mano, dejé de nuevo volar mi imaginación.
__El primer día Dios creó la luz, ¿no es así?
__Sí, mamá.
__Pues, como la vez anterior, su gozo fue
tan completo al separar las tinieblas y darnos la luz, que tropezó con los
cables y se fundieron los plomos, quedando todo otra vez en tinieblas. Estaba
tan triste, que no pudo por menos de volver a hacer otro milagro, creando el
sol, la luna y las estrellas.
Así mientras el sol nos ilumina, lo
empleamos en trabajar, estudiar, jugar,
pasear, etc. y la luna y las estrellas, nos servirán para velar nuestro sueño,
mientras descansamos y soñamos.
Le solté muy despacio la mano al ver, que
sus ojos se cerraban como la luz del sol, lo había hecho ya.
Paseábamos despacio, recreándonos en el
maravilloso día que hacía. Mi hijo miraba el cielo. Ese cielo tan inmenso y
azul que Dios nos había dado, cuando me dirigió la palabra. Intuí, que sería
una nueva pregunta.
__Mamá, ¿por qué es tan grande el cielo?
Y su color, ¿por qué casi siempre es
azul? ¿Por qué se pone tan feo a veces?
La lluvia de preguntas que en un momento me había formulado, me dejó
un tanto sin aliento. Era, como si hubiese sido yo la que preguntara y no me
quedara ya nada para seguir.
Nos sentamos en un banco y me dispuse a
obsequiarle con otras tantas fantasías, creadas por mí.
__Vayamos por partes. En primer lugar, el
cielo fue lo segundo que creó. Lo hizo, para que viéramos que su poder es tan
inmenso como el mismo cielo, puesto que
es lo mismo que estés aquí, que a miles de kilómetros de distancia; siempre lo
verás.
A la segunda pregunta, me dices que
porqué es azul, en verdad, no sabía cómo contestar a esa pregunta, quería darle
una nota con algo de humor, como las anteriores; pero sin salirme de la raya.
Yo creo, que era el color preferido de
él. No cansa a los ojos, da la sensación de limpio y es lo que debe de dar esa
grandeza que tiene al mirarlo. En fin, en pocas palabras, debió de irselé la
mano al hacer los colores y para no tirarlo, lo empleó en algo que no le
sobraría nada, como así fue.
A la tercera de tus preguntas nada más te
diré, que se pone así de feo cuando aquí en la tierra, no sabemos admirarlo con
más valor del que posee y es entonces,
cuando corre una gran cortina gris o negra,
depende de lo triste que esté.
Un pardillo juguetón se posó cerca de
nosotros. Su alegre “caminar” a saltitos y picoteando todo a su paso, desvió la
mirada de mi hijo de la lejanía en la
que estaba inmerso. Respiré hondo y observé al pajarillo. No me imaginaba
yo que ese animalito, estaba dándole una
nueva forma de seguir sus preguntas.
__¿Por qué creó las aves? –dijo
distraído, mientras sus ojos seguían el
revoloteo del pájaro.
Tenía mucha imaginación, pero temía no
poder seguir contestando en la forma que
yo había elegido, alegre y desenfadada.
__Dios creó las aves y peces el quinto
día. Era el cielo tan inmenso, que creyó
muy oportuno que alguien lo usara. Y así fue como se vio de pronto,
lleno de toda la clase de aves.
__Dime mamá, ¿por qué unas son tan
bonitas, su plumaje es tan variado
y sus cantos tan distintos?
Otra vez, me metía en un callejón sin
salida aparente. Mi ingenio se agudizó aún más al decirle:
__Vamos a ver. Cuando tú estás alegre
cantas, silbas, ríes, saltas en fin, toda esa gama que podéis ofrecer al estar
así, pues bien, El Señor, debía de tener también momentos así y los tradujo, al
crear a tan diferentes aves y de tan
distintos cantos.
Las crearía en un momento que su ánimo era alegre y su
paleta de pintor, estaba llena de colores para dar ese toque tan personal y
maravilloso, a los plumajes de tales aves.
Las otras, ésas que no cantan, sino más
bien casi asustan al abrir su pico y
emitir esos graznidos y, con sus plumas de tonos oscuros más bien yo diría de funeral, los debió de hacer cuando estaba cansado y sus ojos, no
distinguían bien los colores. La luz se había ido ya y el sueño, hacía presa de
él. Por tal motivo, no las creó con la misma fantasía.
Su hambre por saber, de momento se había
calmado ¿Por cuánto tiempo? –me
pregunté. Por muy poco, me dije, al ver con
que interés, miraba a un perrito
que muy zalamero, se arrimaba a él tratando de que jugara.
Como era de esperar, me soltó el dardo de
su pregunta inesperadamente.
__Y los animales, ¿por qué los creó?
Traté de recuperar un poco el aliento,
haciendo unas caricias al chucho. Además, ya no sabía muy bien, cómo terminar
mi historia de la creación.
__Pues verás hijo, -comencé. Dios creó el
sexto día a los animales terrestres y al
hombre. Y lo hizo, para no estar sólo.
__Pero...¿por qué tantas clases de animales;
si nosotros no conocemos ni a la
cuarta parte de ellos, al estar tan lejos unas especies de otras?
__La tierra es muy grande –me apresuré a
decir- y tenía que poblarla toda o la
mayor parte de ella y así fue, como “diseñó” tantos animales. Para la zona
ecuatorial o sea, donde el calor es más intenso, llevó de su zoológico a los
animales que mejor vivirían allí como: serpientes, loros e infinidad de
insectos. En la zona tropical dejó a los elefantes, cebras, leones etc. La
templada, se la cedió a los lobos, zorros, corzos, ciervos etc. Y por último la
fría, donde el frío es tan intenso se la regaló a los pingüinos, focas y osos polares. La tierra
quedó de polo a polo, cubierta de animales de diversos tamaños y clases y Dios descansó, al no tener que dar de comer
a diario a tantas bocas.
__Y a nosotros, ¿por qué nos creó?
De verdad, no esperaba más preguntas.
Creí que ahí iba a terminar todo Debo
confesar, que me sentí confusa. Mis fantasías estaban terminando ya.
__A nosotros, los seres humanos nos hizo, para que viéramos y gozáramos de
esas maravillas que él creó para nosotros, pues como ya te dije, hizo todo lo
que nos rodea. Cielo, agua, plantas, animales etc. Y, a nosotros mismos.
Entiende bien hijo, sólo Dios puede
crear, sacar de la nada, lo otro por ejemplo: casas, máquinas, utensilios
etc., no es creado sino formado. Formar
es hacer una cosa de otra. Los hombres pueden formar, pero sólo Dios puede
crear.
Lo aprendido en mis años de colegio, me
había servido para decir en pocas palabras, todo cuanto encerraba de grandioso
la creación.
No sabía, si mi hijo había quedado
satisfecho de mis explicaciones. Yo, sólo había pretendido en una forma un
tanto alegre y risueña, haberle dicho, cómo se había creado el mundo.
Era muy inteligente y despierto y yo
sabía, que ciertas “cosas” que habían entrado en mi pequeño relato, las había dejado pasar.
Era, como la sal y pimienta que dan realce a un plato. Si no las hubiera usado, él no habría puesto el más mínimo interés en
mi narración.
P. O. 00/2008/1315
León, 17
Abril 1981