E L E S P E J O L A O T R A C A R A
El despertador comenzó a tocar con ese
peculiar zumbido de los relojes modernos. Un sonido relajante y al mismo tiempo
implacable, sin darte opción, ya que después de un minuto en silencio, volvía
con su insistente tono.
Cuando entraba en el aseo lo primero que
hacía, era mirar mi mirada en el espejo. Unas veces la imagen que éste me
devolvía me agradaba, los menos y otras, me dejaban totalmente decaído. Los
años pasaban y en mi rostro quedaba plasmado uno a uno.
Soy una persona muy translúcida y las huellas de la felicidad o dolor, están bien visibles.
Me miré pero ésta vez, algo hizo que me quedara clavado. La persona
que mis ojos veían, no era la que yo conocía hasta la más pequeña arruga. Era
una imagen disociada, exenta de matices.
Mi primera reacción fue totalmente
desconcertante pues, aunque el espejo reflejaba mis rasgos, algo había en ellos
que me hacían estremecer.
-¿Soy yo realmente? –me pregunté con desasosiego.
Sí, no había duda alguna que era yo, pero
mi mirada penetrante me estaba adentrando en mi otro yo y de pronto, una gran
angustia me invadió. Supe de antemano, que todo lo que había hecho y lo que
tenía proyectado, emergería y, ése rostro que no admitía ambages, me acosaría
hasta acrisolar todo lo que de unos años acá, era el centro de mi vida.
Traté de que la criba a la que me iba a
someter, no fuera tan desaforada y, esbozando una sonrisa pregunté:
__¿No estás contento con lo que hago?
La imagen del espejo frunció el ceño.
__Ya. Crees que no estoy cumpliendo con
lo que prometí. Sé que es innegable, pero no me puedes imputar a mí toda la
culpa. Yo era un luchador nato con unos ideales limpios y un dosificado deseo
del poder. En eso estarás de acuerdo ¿no?
Me observó con desdén.
Poco a poco comprendí, que en ésa imagen no iba a encontrar ni caridad, ni tolerancia. Quería acosarme, deteriorar mi persona.
Durante unos segundos no dije nada. Me limité a
mirar la inexpresiva cara sin entrever algo que
mitigara mi agobio.
Aspiré hondo y me dispuse a persuadir a ése extraño que se había tomado la libertad de conturbar mi primera hora de la mañana, que todo no era tan aciago. Había cosas muy positivas.
No era muy carismático, pero atraía a las
masas como si mi persona fuera un imán, ya que tenía el don de saber decirles
lo que ellos querían oír.
__¿Sabes? –comencé a decir con gran
petulancia. Yo estoy donde estoy, porque
la masa así lo decidió. La verdad, no esperaba que fuera a tener tantos
adictos a mi partido. Todo fue limpio.
Yo no detenté el poder a nadie. Tengo que reconocer, que al principio ofrecí
cosas, que sabía que jamás las cumpliría. Y no me importaba. Tenía a mis pies
todo un ejército de servidores en haber hecho tales concesiones, pero estaba
pletórico de poder y no pude refrenar ese deseo. Además, mi gente me apoyaba.
Todos cometemos equivocaciones alguna vez
–dije en tono mesurado. Lo que pasa –me apresuré a decir- es que tengo una
oposición muy detractora.
Me miró con incredulidad.
Era exacerbante su indiferencia ante mi
disertación. Sacudí la cabeza y con seca proseguí.
__Dime, ¿de todo lo que he hecho a lo
largo de mi mandato, no hay nada que te pueda satisfacer; aunque sólo sea un
poquito? No hace falta que me conteste. Tú rostro es muy
elocuente –dije con profunda amargura.
Cerré los ojos para no ver a mi
inquisidor tan particular. Necesitaba un breve descanso para poder ordenar mis
ideas y desentumecer mis neuronas, para poder arrostrar ese desafío. Tenía que
ser convincente y no dejarme desmoralizar por ésa faz tan intrínseca e
insondable. Después de todo, ¿qué quería
de mí? –me pregunté ¿Qué confesara mi
derrota? Pero, ¿qué derrota? Mi carrera de político estaba empezando, como
quién dice y, los clarines del triunfo no habían hecho nada más que empezar a
sonar. Anhelaba llegar a esa explosión final del poder absoluto con un redoble
en el cual, mi primigenia volvería a su circunspección.
Volví a posar mis ojos en el espejo. No
se había ido. Estaba esperándome con un gesto insultante.
La rabia y cólera, hicieron presa en mí y
dando rienda suelta a la ira, comencé a insultarlo:
__Eres un tirano, un avasallador. Cruel y
despiadada ¿No comprendes que estoy sólo? Hay decretos y leyes que tienen que
pasar por varias votaciones. Muchas veces firmaría unas y otras las rechazaría,
pero la mayoría de las veces, tengo las manos atadas ¿No lo crees?
Por toda respuesta, recibí una despectiva
mirada.
Totalmente abatido dije pausadamente:
__Contigo no se puede cuestionar. Eres un
insolente y descarado censor. Te has mostrado muy severo conmigo y para ti,
todo lo que he realizado hasta ahora, no merece ni la más mínima alabanza. Y no
te culpo de ello. Tienes toda la razón. Mi excesiva vanidad, me ha llevado a
vulnerar todo lo que en un principio deseé hacer. Tú has ganado –en mi voz se
advertía una profunda tristeza.
Alcé mis ojos y los fijé en los del
espejo. Su mirada era brillante y un profundo alivio relajaba sus facciones.
Salí del aseo y mis pasos me llevaron al despacho. Descolgué el teléfono y marqué un número.
__Prepara una reunión urgente.
__¿Para qué?
__Voy a dimitir.
__Pero, ¡qué locura dices! ¿Estás bien?
__Perfectamente. Esta mañana he tenido
una visita.
__¿Quién era?
__Alguien que sólo yo conozco.
R.P.00/2008/1318
León,
Marzo 1986