Entré en la sala y admiré el hermoso violín que reposaba sobre un estuche abierto. Estuve mirándole fijamente con el pensamiento vacio.
Los ojos clavados en él, trataban de hacerle vibrar, darle vida, sonido y apartar esa soledad que había en él.
En el atril, la partitura reposaba sin prisa a que él instrumento diera vida a unos pentagramas llenos de notas, andantes, vibratos, fortes...
Me senté cerca de él para sentir su fuerza, hechizo y dulzura. Cerré los ojos y deje que mi cuerpo se fundiera con esa cadencia que envolvía todo mi ser.
Las notas se iban derramando una tras otra. Engardazas como los diamantes en una tesitura hermosa, dando los tiempos como un regalo.
La elegancia del cuerpo se unía en el leve balanceo del brazo llevando el arco a posarse con energía sobre las cuerdas, arrancando esas notas que sin querer, despertaban esa melancolía que todos llevamos dentro cuando la tristeza nos embarga sonando como un andante sostenuto.
La música era su mundo en el cual vivía. Era una persona con talento, carisma y muy querida por todos. El violín en sus manos se convertía en un "alegre cantábile", en un "romántico andante" o en un profundo y desgarrados "solo". Sabía imprimir en cada pieza musical, lo que el momento requería.
Nos dijo adiós un día de otoño. Estaba cansada de ,luchar, de ver que la vida ya no tenía ningún sentido para ella. Miré por última vez el violín. Allí estaba triste, mudo,nadie lo volvió a tocar. Sus notas estan rotas.
*Mi corazón es pequeño para su recuerdo.