Toda nuestra vida es un constante esperar. Cuando somos pequeños el tiempo se nos hace interminable para llegar a ser adultos, a esa mayoría de edad para tener una autonomía propia que nos de las prerrogativas que ansiamos tener. Y cuando al fin lo somos, caemos en el craso error de no saber lo que es ese anhelo nuestro.
De niños todo nos lo dan hecho y sólo un berrinche o un pataleo, aminoran nuestra espera en cosas tan banales como puede ser, los juegos o el llenar el estómago.
Estamos libres de horas, tiempo y esperas. Pero los años no se detienen, o ¿somos nosotros los que corremos en su busca? Es tal el deseo que tenemos que, rara ve por no decir nunca, echamos el freno, nos sosegamos y nos estrujamos la masa gris para decirnos: ¿para qué quiero llegar a esa meta? ¡Y vaya si llegamos! Y empieza nuestro rosario de esperas.

De niños todo nos lo dan hecho y sólo un berrinche o un pataleo, aminoran nuestra espera en cosas tan banales como puede ser, los juegos o el llenar el estómago.
Estamos libres de horas, tiempo y esperas. Pero los años no se detienen, o ¿somos nosotros los que corremos en su busca? Es tal el deseo que tenemos que, rara ve por no decir nunca, echamos el freno, nos sosegamos y nos estrujamos la masa gris para decirnos: ¿para qué quiero llegar a esa meta? ¡Y vaya si llegamos! Y empieza nuestro rosario de esperas.

Esperamos tener excelentes notas y sacar sin muchos baches la carrera elegida. Tenemos la esperanza de que el amor llegue revestido de todo ese esplendor y ternura que nuestra imaginación ha idealizado. Nuestro primer beso, caricia, entrega...
Con nuestro número en la mano, esperamos el turno para hacer en el mercado las compras de cada día. Si queremos asistir en nuestras horas de ocio a ver una película o representación teatral ya sabemos lo que nos espera: guardar cola en la taquilla.
Con nuestro número en la mano, esperamos el turno para hacer en el mercado las compras de cada día. Si queremos asistir en nuestras horas de ocio a ver una película o representación teatral ya sabemos lo que nos espera: guardar cola en la taquilla.
Confiamos que la diosa Fortuna nos lleve a poder disfrutar de lo que hasta entonces era prohibitivo para nuestros bolsillos. Aguardamos el autobús. Esa llamada telefónica, ese regalo, las vacaciones, las gracias...
Si nos tomamos la molestia de pensar detenidamente cada cosa, veremos claro que más de la mitad de nuestra vida hemos perdido el tiempo por nimiedades. Cosas que realmente no valían nuestra espera.
Pero como humanos que somos, esperamos la vejez con cierto recelo. Se espera la muerte como el fin de un libro que un día ya lejano, abrimos llenos de ilusión e impaciencia. Pasamos sus hojas. La mayoría de las veces, sin detenernos a deleitarnos con él.
Ya que por mucho que corramos, que deseemos alterar el rumbo biológico del reloj, todo llegará a su tiempo y será lo que tiene que ser, si lo sabemos esperar sin prisa.
Si nos tomamos la molestia de pensar detenidamente cada cosa, veremos claro que más de la mitad de nuestra vida hemos perdido el tiempo por nimiedades. Cosas que realmente no valían nuestra espera.
Pero como humanos que somos, esperamos la vejez con cierto recelo. Se espera la muerte como el fin de un libro que un día ya lejano, abrimos llenos de ilusión e impaciencia. Pasamos sus hojas. La mayoría de las veces, sin detenernos a deleitarnos con él.
Ya que por mucho que corramos, que deseemos alterar el rumbo biológico del reloj, todo llegará a su tiempo y será lo que tiene que ser, si lo sabemos esperar sin prisa.
R.P.00/2008/1318
León, 27 Abril 1998
León, 27 Abril 1998