Ya de entrada impresionaba bastante. El saber estar, forma de hablar, de escuchar. Su tolerancia hacía los intolerantes, así como un temperamento tan apacible, terminaron de absorber a los que allí estaban reunidos para escucharle.
La conferencia que daba, trataba sobre la poca humanidad que se detectaba en el mundo regido por seres despóticos y tiranos. Su voz modulada, de palabras sencillas; pero a la vez llenas de sagacidad, reprobaban la injusticia que se hacía en ciertos lugares de ese sufrido mundo.
La conferencia que daba, trataba sobre la poca humanidad que se detectaba en el mundo regido por seres despóticos y tiranos. Su voz modulada, de palabras sencillas; pero a la vez llenas de sagacidad, reprobaban la injusticia que se hacía en ciertos lugares de ese sufrido mundo.
La charla iba acompañada de imágenes que en una pantalla se daba. Rostros, escenas de la más variada índole. Cuando esto ocurría, él dejaba de hablar y desde la silla, observaba el impacto tan acusado que éstos fotogramas hacían en las personas que las veían.
Las imágenes todas ellas, eran tan patéticas de miseria y violencia, que las personas que estaban en la sala con toda seguridad, les sería difícil de olvidar.
¿Cuántas mujeres en esos momentos, no sintieron en lo más profundo de ellas, el consolar y abrazar a esos niños víctimas de la barbarie humana? ¿Dar todo su amor y calor maternal?El rostro inalterable del conferenciante desde su lugar privilegiado, seguía pulsando el botón y una tras otra, las fotos pasaban por la pantalla dejando ver, la dura realidad de un pueblo que sufría.
Como despojo humano caminaban hacia una incierta libertad. Desnutridos, enfermos, arrastraban a duras penas, sus cuerpos endebles y maltratados por la injusticia de los señores de la guerra.
Una guerra que siempre se cebaba en los oprimidos, en los más débiles. Las opciones que tenían para sobrevivir eran tan mínimas, que poco les importaba morir ya.
Yendo con sus esqueletos deambulando como fantasmas por esos caminos que señalaban los cuerpos ya sin vida y que jalonaban una ruta llena de dolor y vacío. Despojados de todos sus bienes su huida era masiva.
La sensibilidad comenzó a salir sin reparo alguno. Lágrimas silenciosas se deslizaban por unos rostros que expresaban una angustia apenas contenida.
El silencio, alterado por murmullos entrecortados y el leve roce de los pañuelos borrando las huellas del llanto, fue interrumpido por la voz serena del conferenciante que dijo:
_¿Alguna pregunta?
Después de unos segundos, una joven se levantó e interrogó vacilante:
_¿Por qué permitimos esto? -hizo una ligera pausa y prosiguió: ¿Y tenemos aún valor de considerarnos humanos? ¿Dónde reside nuestra valía? Me avergüenzo de pertenecer a este grupo mal llamado de gente civilizada. Creo que somos todo lo contrario -las últimas palabras fueron dichas con expresión abatida, mientras se sentaba lentamente.
El mutismo fue roto por una gran ovación. Cuando los ánimos se calmaron, el señor que seguía el curso de las manifestaciones que el coloquio había desatado, tomó la voz y con gran firmeza dijo:
_Esas mismas preguntas que la joven ha hecho, nos las hacemos todos los que de verdad, sentimos el sufrimiento humano como nuestro -hizo una breve pausa y dando gran inflexión a su voz, dijo en tono de censura: ¿Cómo pueden estar tan impasibles los gobiernos de otras naciones que pueden ayudar a que esto no ocurra? ¿Somos tan insensibles? -interpeló con firmeza.
Su mirada hizo una rápida observación al público que seguía sus palabras con expectante silencio. Hizo una leve inspiración y prosiguió:
Las imágenes todas ellas, eran tan patéticas de miseria y violencia, que las personas que estaban en la sala con toda seguridad, les sería difícil de olvidar.
¿Cuántas mujeres en esos momentos, no sintieron en lo más profundo de ellas, el consolar y abrazar a esos niños víctimas de la barbarie humana? ¿Dar todo su amor y calor maternal?El rostro inalterable del conferenciante desde su lugar privilegiado, seguía pulsando el botón y una tras otra, las fotos pasaban por la pantalla dejando ver, la dura realidad de un pueblo que sufría.
Como despojo humano caminaban hacia una incierta libertad. Desnutridos, enfermos, arrastraban a duras penas, sus cuerpos endebles y maltratados por la injusticia de los señores de la guerra.
Una guerra que siempre se cebaba en los oprimidos, en los más débiles. Las opciones que tenían para sobrevivir eran tan mínimas, que poco les importaba morir ya.
Yendo con sus esqueletos deambulando como fantasmas por esos caminos que señalaban los cuerpos ya sin vida y que jalonaban una ruta llena de dolor y vacío. Despojados de todos sus bienes su huida era masiva.
La sensibilidad comenzó a salir sin reparo alguno. Lágrimas silenciosas se deslizaban por unos rostros que expresaban una angustia apenas contenida.
El silencio, alterado por murmullos entrecortados y el leve roce de los pañuelos borrando las huellas del llanto, fue interrumpido por la voz serena del conferenciante que dijo:
_¿Alguna pregunta?
Después de unos segundos, una joven se levantó e interrogó vacilante:
_¿Por qué permitimos esto? -hizo una ligera pausa y prosiguió: ¿Y tenemos aún valor de considerarnos humanos? ¿Dónde reside nuestra valía? Me avergüenzo de pertenecer a este grupo mal llamado de gente civilizada. Creo que somos todo lo contrario -las últimas palabras fueron dichas con expresión abatida, mientras se sentaba lentamente.
El mutismo fue roto por una gran ovación. Cuando los ánimos se calmaron, el señor que seguía el curso de las manifestaciones que el coloquio había desatado, tomó la voz y con gran firmeza dijo:
_Esas mismas preguntas que la joven ha hecho, nos las hacemos todos los que de verdad, sentimos el sufrimiento humano como nuestro -hizo una breve pausa y dando gran inflexión a su voz, dijo en tono de censura: ¿Cómo pueden estar tan impasibles los gobiernos de otras naciones que pueden ayudar a que esto no ocurra? ¿Somos tan insensibles? -interpeló con firmeza.
Su mirada hizo una rápida observación al público que seguía sus palabras con expectante silencio. Hizo una leve inspiración y prosiguió:

La conferencia había terminado con unas palabras tan sencillas como factibles. La gente se fue levantando de sus asientos. Unos comentaban en pequeños círculos las incidencias de la charla. Otros, se acercaron hasta donde estaba el señor que la había impartido. Le saludaban, le felicitaban y alguno que otro, le preguntaba cosas relacionadas con lo que habían escuchado.
Para todos había una clara explicación. Mientras hablaba o escuchaba, iba colocando en una carpeta los papeles y notas con los cuales, se había guiado en lo expuesto, y que tan claramente impacto a los allí reunidos.
No todos los días, se podía contar con gentes de un cariz tan humano como suyo. Era claro y preciso en todo lo que decía y por tal motivo, allá donde se anunciaba su presencia era acogido con muestras de cariño y elogio. Porque él, además de ir concienciando a la gente de los problemas y sufrimientos de los demás. Su vida transcurría en un ir y venir a esos lugares donde él sabía, que de una manera u otra, podía ayudar a los desheredados que, desgraciadamente, eran muchos.
Dejaba patente su quehacer socorriendo a seres desgraciados y moribundos que abandonados, yacían en cualquier sitio a la espera de la muerte.
Les tomaba su mano, les acariciaba un rostro en el cual, reflejaban todo su dolor y, aunque no entendieran su idioma, les hablaba y daba todo su calor humano que todo ser necesita en el final de su vida. Cuando morían, dejaba que sus lágrimas corrieran libremente.
Lloraba en silencio por toda esa gente oprimida, víctima de un destino cruel, que les sometía a un reto nada fácil para ellos.
Un lluvioso día de otoño, la noticia se difundió por todos los medios de comunicación. Este hombre que tanto había impactado por su calidad humana, había muerto.
Ayudando a los más desprotegidos en un conflicto violento y salvaje, en el cual morían a decenas diariamente ante la pasibilidad de naciones que sí podían remediar los desmanes tan cruentos que estremecías a las personas adversas a esa deshumanización.
Como un despojo más, su cuerpo se encontró en una cuneta. Cruelmente asesinado, yacía en una tierra que no era la suya, pero en esos momentos le hacía suyo para siempre, puesto que allí fue enterrado. Su rostro lleno de paz y gran serenidad, se pudo contemplar en una imagen reproducida en prensa y televisión.
Hoy sólo se le podía recordar con admiración y cariño. Su gran humanidad con los que sufrían, era algo que sólo ellos sabían y, cuando la luz se fuera extinguiendo de sus ojos, esperarían esa mano amiga que les acompañara hasta el final.

Para todos había una clara explicación. Mientras hablaba o escuchaba, iba colocando en una carpeta los papeles y notas con los cuales, se había guiado en lo expuesto, y que tan claramente impacto a los allí reunidos.
No todos los días, se podía contar con gentes de un cariz tan humano como suyo. Era claro y preciso en todo lo que decía y por tal motivo, allá donde se anunciaba su presencia era acogido con muestras de cariño y elogio. Porque él, además de ir concienciando a la gente de los problemas y sufrimientos de los demás. Su vida transcurría en un ir y venir a esos lugares donde él sabía, que de una manera u otra, podía ayudar a los desheredados que, desgraciadamente, eran muchos.
Dejaba patente su quehacer socorriendo a seres desgraciados y moribundos que abandonados, yacían en cualquier sitio a la espera de la muerte.
Les tomaba su mano, les acariciaba un rostro en el cual, reflejaban todo su dolor y, aunque no entendieran su idioma, les hablaba y daba todo su calor humano que todo ser necesita en el final de su vida. Cuando morían, dejaba que sus lágrimas corrieran libremente.
Lloraba en silencio por toda esa gente oprimida, víctima de un destino cruel, que les sometía a un reto nada fácil para ellos.
Un lluvioso día de otoño, la noticia se difundió por todos los medios de comunicación. Este hombre que tanto había impactado por su calidad humana, había muerto.
Ayudando a los más desprotegidos en un conflicto violento y salvaje, en el cual morían a decenas diariamente ante la pasibilidad de naciones que sí podían remediar los desmanes tan cruentos que estremecías a las personas adversas a esa deshumanización.
Como un despojo más, su cuerpo se encontró en una cuneta. Cruelmente asesinado, yacía en una tierra que no era la suya, pero en esos momentos le hacía suyo para siempre, puesto que allí fue enterrado. Su rostro lleno de paz y gran serenidad, se pudo contemplar en una imagen reproducida en prensa y televisión.
Hoy sólo se le podía recordar con admiración y cariño. Su gran humanidad con los que sufrían, era algo que sólo ellos sabían y, cuando la luz se fuera extinguiendo de sus ojos, esperarían esa mano amiga que les acompañara hasta el final.
R.P.intelectual 00/2008/1319
León 25 Noviembre 1997