UN RECUERDO VIVO
Mi madre nació en un pequeño pueblo de la montaña leonesa. Bonito y abierto a la naturaleza más encomiable, para los que aman la paz y gustan de sentir en su interior la grandeza de lo divino.De vez en cuando le gustaba ir a ver la poca gente que en él quedaba. Era un día feliz para ella y nosotros sus hijos. Escuchamos con deleite los pormenores de unos años ya lejanos, pero frescos y ricos en recuerdos de su niñez.A pesar de haberse marchado de allí a una edad muy temprana, sus historias seguían tan vivas como si acabaran de ocurrir.
Su niñez, por ejemplo, no fue tal, ya que desde muy pequeña tuvo que ir a llevar el ganado de otros a pastar muy lejos del pueblo, y los lobos más de una vez, le pusieron los pelos de punta. Regresaba casi de noche, hambrienta ya que lo que su madre le daba para todo el día lo comía pronto y de una vez. A veces con las ropas mojadas si había llovido. Más de una vez nos dijo: “Mi escuela fue el campo, los rebaños y la soledad”
Este verano volví de nuevo, y mientras mi madre se quedaba hablando con unas mujeres antiguas vecinas de ella, me fui a dar una vuelta por las silenciosas calles. La vista desde cualquier lugar es hermosa y tranquilizadora. El aire, sin ningún atisbo de contaminación y una paz inalterable, hacen de ese pequeño pueblo, un lugar apto para los espíritus creativos y abiertos.
Mi madre falleció. Hace unos años que ya no voy al lugar donde ella nació. Me es imposible ir sin ella a mi lado oyéndola reír, hablar y contándome sus repetidas anécdotas, sus vivencias, cómo eran las fiestas y la cantidad de gente que había. Hoy apenas se cuentan. Se van muriendo poco a poco, dicen adiós a todos los lugares que les vio nacer.
Fue la última que se casó en la iglesia que allí sigue. Tenía una memoria prodigiosa y nos relataba punto por punto todo lo acontecido en ese pequeño y perdido pueblecito.
El día que se casó, le fueron a buscar a la casa que vivía con su madre y hermanos, las mujeres que con sus mejores galas y portando unos preciosos arcos hechos con ramas y flores, para que pasara debajo ellos cuando iba camino de la iglesia. Mientras, la gaita y tamboril dejaban oír sus sones. Todo ello, acompañado por los ruidos de los petardos y cohetes que los mozos lanzaban.
Iglesia de La Urz
Cuando fue lo hizo acompañada de sus hijos y nietos. A veces éramos tres o cuatro los que nos reuníamos en vacaciones y programábamos ir allí. Era muy feliz yendo tan acompañada. Sus convecinas también se alegraban. Se reunían para hablar y contar las últimas novedades. Se la veía ¡tan feliz!
Cuando estábamos con ella, nos cantaba o recitaba en tono festivo, estrofas de los muchos cantos que su prodigiosa memoria guardaba de su juventud y haberlos oído o bien de haberlos cantado. Son muy bonitos y muchos de ellos, son verdaderos dardos lanzados con segundas.
“Yo me enamoré del aire
Del aire de una mujer
Como la mujer es aire
En el aire me quedé”
“En la puerta de un molino
Me puse a considerar
Las vueltas que ha dado
El mundo y las que
Tiene que dar”
“Clavelina colorada nacida
En el mes de Enero
¿Quién ha visto nacer flores
En el rigor del Invierno?”
“Los ojos de mi morena
Se parecen a mis males
Grandes como mis fatigas
Negros como mis pesares”
“Pajarcito que volaste de
Villarín a la Urz, mejor
Niña que encontraste no
La hay en la juventud”
“La carta que te escribí mi
Corazón la dictó, mis ojos
Dieron la tinta, por tu
Ausencia lloro yo”
*Éstos son algunos de los muchos que guardo
El día de mi cumpleaños muy temprano, sonaba el teléfono y la voz de mi madre me recitaba una estrofa:
“El día que tú naciste, nacieron todas las flores. El día que te casaste, se murieron las mejores”
Era la primera felicitación que tenía y, aunque siempre decía lo mismo, hoy extraño mucho no oír el teléfono muy de mañana y más su voz.

* Dedicado a mí querida madre
R. P. intelectual 00/2008/1318
León, 5 Junio 2006